Vendrá Jesucristo como Redentor del mundo, como Rey, Juez y Señor de todo el Universo. Y sorprenderá a los hombres ocupados en sus negocios, sin advertir la inminencia de su llegada. Se reunirán a su alrededor buenos y malos, vivos y muertos: Todos los hombres se dirigirán irresistiblemente hacia Cristo triunfante, atraídos unos por el amor, forzados los otros por la justicia.
Aparecerá en el cielo la señal del Hijo del hombre: la Santa Cruz; esa Cruz tantas veces despreciada y abandonada. Jesucristo se mostrará con toda su gloria, y entonces daremos por bien empleados todos nuestros esfuerzos, todas aquellas obras que hicimos por Dios, aunque nadie se diera cuenta. Y sentiremos una gran alegría al ver la Cruz que quisimos poner en la cima del mundo.
Allí estarán todos los hombres desde Adán. En la segunda venida de Cristo se manifestará públicamente el honor y la gloria de los santos, porque muchos de ellos murieron ignorados, despreciados, incomprendidos, y ahora serán glorificados a la vista de todos. Los propagadores de herejías recibirán el castigo que acumularon a lo largo de los siglos, cuando sus errores pasaban de unos a otros impidiéndoles que encontraran el camino de la salvación.
Se verá el verdadero valor de los hombres tenidos por sabios, pero maestros del error, mientras otros que merecían recibir honores, fueron relegados al olvido. Los juicios particulares serán confirmados y dados a conocer públicamente. La glorificación del Dios-Hombre, Jesucristo, alcanzará su punto culminante en el ejercicio de Su potestad judicial sobre el Universo.
Antes de la segunda venida gloriosa de Nuestro Señor tendrá lugar el propio juicio particular, inmediatamente después de la muerte, que, como lo enseña la Revelación, es un paso, un trámite hasta la vida eterna. Nada dejará de pasar por el tribunal divino: pensamientos, deseos, palabras, acciones y omisiones. Cada acto humano adquirirá entonces su verdadera dimensión: la que tiene ante Dios, no la que tuvo ante los hombres.
Jesucristo no será un Juez desconocido porque hemos procurado servirle cada día de nuestra vida. Nos conviene meditar sobre el propio juicio al que nos encaminamos, y así nos preparamos para la Nochebuena: Ven, Señor Jesús, no tardes, para que tu venida consuele y fortalezca a los que esperan todo de tu amor.