Los ciegos espiritualmente


Con frecuencia nos encontramos a muchos ciegos espirituales que no ven lo esencial: el rostro de Cristo, presente en la vida del mundo. El Señor habló muchas veces de este tipo de ceguera, cuando decía a los fariseos que eran ciegos. Es un gran don mantener la mirada limpia para el bien, para encontrar a Dios en medio de los propios quehaceres, para ver a los hombres como hijos de Dios, para penetrar en lo que verdaderamente vale la pena, para contemplar junto a Dios la belleza divina que dejó como un rastro en las obras de la creación.

Además es necesario tener la mirada limpia para que el corazón pueda amar, para mantenerlo joven. Mirada limpia no sólo en lo que se refiere directamente a la lujuria, sino en otros campos que también caen en la “concupiscencia de los ojos”: afán de poseer ropas, objetos, comidas o bebidas. No se trata de “no ver”, sino de “no mirar” lo que no se debe mirar, de vivir sin rarezas el necesario recogimiento para tener siempre presente el rostro de Cristo.

El cristiano ha de saber, poniendo los medios necesarios, quedar a salvo de esa gran ola de sensualidad y consumismo que parece querer arrasarlo todo. No tenemos miedo al mundo porque en él hemos recibido nuestra llamada a la santidad, ni tampoco podemos desertar, porque el Señor nos quiere como fermento y levadura. Debemos estar vigilantes con una auténtica vida de oración y sin olvidar que las pequeñas mortificaciones –y las grandes, cuando el Señor las pida- han de mantenernos siempre en guardia, como el soldado que no se deja vencer por el sueño, porque es mucho lo que depende de su vigilia. A un alma que viviera en un clima sensual que prolifera en los espectáculos que da lugar a muchos pecados internos y externos contra la castidad, le sería imposible seguir a Cristo de cerca... y quizá tampoco de lejos.

El Cristianismo no ha cambiado: Jesucristo es el mismo ayer, hoy y siempre , y nos pide la misma fidelidad, fortaleza y ejemplaridad que pedía a los primeros discípulos. También ahora deberemos navegar contra corriente en muchas ocasiones. Nuestra lealtad con Dios nos ha de llevar a evitar las ocasiones de peligro para el alma. Y si por estar mal informados asistiéramos a un espectáculo que desdice de la moral, la conducta que sigue un buen cristiano es levantarse y marcharse con naturalidad, sin miedo a parecer raro.