Somos los brazos de Dios en el mundo


Continúan siendo actuales aquellas palabras de San Agustín al comienzo de sus Confesiones: "Nos has creado, Señor, para Ti y nuestro corazón no halla sosiego hasta que descansa en ti". El corazón de la persona humana está hecho para buscar y amar a Dios. Y el Señor facilita este encuentro, pues Él busca también a cada persona, a través de gracias sin cuento, de cuidados llenos de delicadeza y de amor. En esto reside nuestra esperanza apostólica: a todos, de una manera u otra, anda buscando Cristo. Nuestra misión por encargo de Dios es facilitar estos encuentros de la gracia.


Somos los brazos de Dios en el mundo, pues Él ha querido tener necesidad de los hombres. No debemos pasar por pereza, comodidad, cansancio, respetos humanos ni una sola ocasión. El Papa Juan Pablo I nos exhortaba a que se estudiaran todos los caminos, todas las posibilidades, y se procurasen todos los medios para anunciar, oportuna e inoportunamente, la salvación a todas las gentes.

Por eso debemos sentir la responsabilidad personal de que nadie, con quienes tuvimos algún trato, pueda decir al Señor: no encontré quien me hablara de Ti, nadie me enseñó el camino. Hoy podemos preguntarnos: ¿a cuántas personas he ayudado a vivir cristianamente?


No podríamos ser instrumentos del Señor sin cuidar con esmero la vida de piedad, sin un trato verdaderamente personal con Cristo en la oración. El apostolado es fruto del amor a Cristo. Él es la Luz con la que iluminamos, la Verdad que debemos enseñar, la Vida que comunicamos. En el trato con Jesús en donde aprendemos a comprender, a mantener la alegría, a atender y apreciar a las personas que el Señor pone en nuestra senda.

La oración es el soporte de nuestra vida y la condición de todo apostolado.