La Hipocresia
La palabra hipócrita designaba en el mundo griego antiguo al actor que, con una máscara y un disfraz, asumía una personalidad ajena: Fingía ante el público ser otro, frecuentemente muy lejano a su propia realidad. Su papel se desarrollaba de cara ante el público, teniendo como regla suprema de su actuación, la aprobación y el aplauso de la galería. Muchos fariseos convertían este modo de actuar en su ser íntimo, es decir, en hipocresía, y actuaban de cara a los demás y no de cara a Dios. Su vida era tan falsa como la de los actores durante su representación. Cayeron en la tentación de darle gran importancia al juicio de los hombres ¡tan endeble y pasajero! y descuidar el de Dios.
El Señor nos lo advierte en el Evangelio de la Misa: Guardaos de la levadura de los fariseos que es la hipocresía. El Señor quiere para los suyos una levadura, un modo de ser bien distinto: que tengamos ante Él y ante los demás una única vida, sin máscaras, sin disfraces, sin mentiras. Hombres y mujeres de una pieza, que van con la verdad por delante.
Jesús mismo nos enseñó el modo de comportarnos: Sea vuestro modo de hablar sí, sí, o no, no; lo que pasa de esto, de mal principio procede. En el trato con los demás la palabra del hombre debe bastar. El Señor quiso realzar el valor y la fuerza de la palabra de un hombre de bien que se siente comprometido por lo que dice.
La verdad es siempre un reflejo de Dios y debe ser tratada con respeto. Muy lejos de lo que ha de ser un cristiano está el hombre que presenta una personalidad o unas ideas, como los actores, según el público que tengan delante. Con todo, se darán casos en los que no estemos obligados a manifestar la verdad por motivos profesionales o por el sigilo sacramental de la confesión, pero nunca deberemos decir mentiras. Imitemos al Señor en su amor a la verdad.
Dice Jesús: Yo soy la Verdad. La verdad tuvo su origen en Dios y la mentira es la oposición consciente a Él. Por eso llama Jesús al diablo padre de la mentira, porque la mentira comenzó con él. Y el que miente tiene al diablo como padre . Los medios de comunicación que por su naturaleza deberían ser transmisores de la verdad, pueden en muchas ocasiones ser unos impostores y confundir a sus lectores, a fuerza de repetir mentiras sobre los criterios morales de una sociedad. No dejemos de actuar pensando que es poco lo que podemos hacer para defender la verdad.