Debemos estar en guardia ante el acecho del enemigo que no descansa, y vigilantes ante la llegada del Señor, que no sabemos cuándo tendrá lugar; ese será el momento decisivo en el que debemos presentarnos ante Dios con las manos llenas de frutos. Para el cristiano que se ha mantenido en vela, no habrá estupor ni confusión, porque cada día habrá sido un encuentro con Dios a través de los acontecimientos más sencillos y ordinarios.
Un corazón que ama es un corazón vigilante, sobre sí mismo y sobre los demás. Dios nos encomienda especialmente aquellos que están unidos a nosotros por lazos de sangre, de fe, de amistad. Vigilar es estar alerta, rechazar el sueño de la tibieza al mismo tiempo que procuramos, con todas las fuerzas, que quienes tenemos encomendados y más amamos, encuentren también a Jesús.
Los primeros cristianos supieron cumplir el mandamiento nuevo del Señor (Juan 13, 34), hasta tal punto que los paganos los distinguían por el amor que se tenían y por el respeto con que trataban a todos: Vivieron la caridad preocupándose por las necesidades de los demás y, en tiempos difíciles, ayudando a los hermanos para que todos fueran fieles a la fe.
También de nosotros espera el Señor que vivamos la caridad de modo particular con quienes tienen los mismos lazos de la fe. Puede ayudarnos el fijarnos un día semanal en el que procuremos estar más pendientes de nuestros hermanos en la fe, ayudándoles con una oración mayor, con más mortificación, con más muestras de aprecio, con la corrección fraterna: es estar especialmente vigilantes como el centinela que guarda el campamento, como el vigía que alerta ante la llegada del enemigo.
El día de guardia es una jornada para estar más vibrantes en la caridad, con el ejemplo, con muchas obras sencillas de servicio a todos, con pequeñas mortificaciones que hagan la vida más amable; un día para examinar si ayudamos con la corrección fraterna a quienes lo necesitan, una jornada para acudir más frecuentemente a María, "puerto de los que naufragan, consuelo del mundo, rescate de los cautivos, alegría de los enfermos", con el santo Rosario, con la oración pidiéndole por quien sabemos quizá que tiene necesidad de una particular ayuda.
Un corazón que ama es un corazón vigilante, sobre sí mismo y sobre los demás. Dios nos encomienda especialmente aquellos que están unidos a nosotros por lazos de sangre, de fe, de amistad. Vigilar es estar alerta, rechazar el sueño de la tibieza al mismo tiempo que procuramos, con todas las fuerzas, que quienes tenemos encomendados y más amamos, encuentren también a Jesús.
Los primeros cristianos supieron cumplir el mandamiento nuevo del Señor (Juan 13, 34), hasta tal punto que los paganos los distinguían por el amor que se tenían y por el respeto con que trataban a todos: Vivieron la caridad preocupándose por las necesidades de los demás y, en tiempos difíciles, ayudando a los hermanos para que todos fueran fieles a la fe.
También de nosotros espera el Señor que vivamos la caridad de modo particular con quienes tienen los mismos lazos de la fe. Puede ayudarnos el fijarnos un día semanal en el que procuremos estar más pendientes de nuestros hermanos en la fe, ayudándoles con una oración mayor, con más mortificación, con más muestras de aprecio, con la corrección fraterna: es estar especialmente vigilantes como el centinela que guarda el campamento, como el vigía que alerta ante la llegada del enemigo.
El día de guardia es una jornada para estar más vibrantes en la caridad, con el ejemplo, con muchas obras sencillas de servicio a todos, con pequeñas mortificaciones que hagan la vida más amable; un día para examinar si ayudamos con la corrección fraterna a quienes lo necesitan, una jornada para acudir más frecuentemente a María, "puerto de los que naufragan, consuelo del mundo, rescate de los cautivos, alegría de los enfermos", con el santo Rosario, con la oración pidiéndole por quien sabemos quizá que tiene necesidad de una particular ayuda.