Constancia y paciencia


San Lucas nos relata en el Evangelio un detalle singular acerca de la ocasión cuando trajeron a Jesús muchos enfermos para que los curase: les imponía las manos. Se fija en cada uno de los enfermos, le dedica su atención plena, porque toda persona es única para Él, lo trata con la dignidad incomparable que merece siempre la persona humana.

San Lucas nos muestra la infatigable actividad de Cristo; nos enseña el camino que debemos seguir nosotros con quienes están alejados de la fe. Nuestro camino es servir a todos como Cristo lo hizo, con el mismo aprecio, con el mismo respeto, a cada uno individualmente, teniendo en cuenta sus circunstancias particulares, su modo de ser, el estado en que se encuentra, sin aplicar a todos la misma receta.

Necesitamos paciencia y constancia para recorrer el camino que nos lleva a Cristo y llevar hasta Él a nuestros amigos, a nuestros compañeros, a nuestros hijos y hermanos: a todos los espera el Señor. En algunos de ellos encontraremos resistencias o pasividad. Esto nos llevará a rezar más, a ofrecer mortificaciones, horas de trabajo o de estudio por ellos. La fe nos llevará a comprenderlos y a tenerles paciencia, recordando la que Dios ha tenido con nosotros, y las incontables veces que nosotros lo hemos hecho esperar.

Con prudencia sobrenatural unida a una gran caridad y comprensión, insistiremos a nuestros amigos para llevarlos a Cristo.

Son muchos los que no conocen a Cristo. El Señor pone en nuestro corazón la urgencia de combatir tanta ignorancia, difundiendo por todas partes la buena doctrina, con iniciativas y maneras diversas.

Todo cristiano debe participar en la tarea de formación cristiana. Sólo si miramos a Cristo venceremos la pereza y comodidad para salir de nuestra torre de marfil que cada uno tiende a construirse a su alrededor, y haremos que muchos ciegos vean a Cristo, muchos sordos le oigan y muchos paralíticos caminen a su lado. Nos ayudará a hacer apostolado la consideración de que el bien y el mal tiene efecto multiplicador.

Quienes sintieron que Cristo les imponía sus manos divinas experimentaron que su vida ya no podía ser como antes: Ellos mismos se convirtieron en apóstoles. Acudamos a María, Reina de los Apóstoles, para que encienda nuestro corazón en amor a su Hijo y deseos de llevar a muchos junto a Él.