Al final de nuestra vida, Jesús será nuestro Juez y nuestro Amigo. Mientras vivía aquí en la tierra, y también mientras dure nuestro peregrinar, su misión es salvarnos, dándonos todas las ayudas que necesitemos. Desde el Sagrario, Jesús nos protege de mil formas. ¿Cómo podemos tener la imagen de un Jesús distanciado de las dificultades que padecemos, indiferente a lo que nos preocupa? Ha querido quedarse en todos los rincones del mundo para que le encontremos fácilmente y hallemos remedio y ayuda al calor de su amistad.
No dejemos cada día de acompañarle. En esos pocos minutos que dure la Visita serán los momentos mejor aprovechados del día. ¿Y qué haremos en la presencia de Dios Sacramentado? Pues amarle, alabarle, agradecerle y pedirle.
Nuestra confianza en que saldremos adelante en todas las pruebas, peligros y padecimientos no está en nuestras fuerzas, siempre escasas, sino en la protección de Dios, que nos ha amado desde la eternidad y no dudó en entregar a su Hijo a la muerte por nuestra salvación. Aunque el Señor permita tentaciones muy fuertes o que crezcan las dificultades familiares o se haga más costoso el camino... nada de lo que nos pueda ocurrir podrá separarnos de Dios, basta que nos acerquemos a Él que espera siempre en el Sagrario más próximo. Ahí encontraremos la mano poderosa de Dios y podremos decir: Todo lo puedo en Aquel que me conforta
La serenidad que hemos de tener no nace de cerrar los ojos a la realidad o de pensar que no tendremos tropiezos o dificultades, sino de mirar el presente y el futuro con optimismo, porque sabemos que el Señor ha quedado para socorrernos. Iremos al Sagrario para encontrar el consuelo, la paz y las fuerzas necesarias. "¿Qué más queremos tener al lado que un tan buen amigo, que no nos dejará en los trabajos y tribulaciones, como hacen los del mundo?" (12).
Si alguna vez no sabemos muy bien qué decirle, Santa María, que tantas veces habló con su Hijo aquí en la tierra y ahora lo contempla para siempre en el Cielo, nos pondrá en los labios las palabras oportunas. Ella acude siempre prontamente para remediar nuestra torpeza.
No dejemos cada día de acompañarle. En esos pocos minutos que dure la Visita serán los momentos mejor aprovechados del día. ¿Y qué haremos en la presencia de Dios Sacramentado? Pues amarle, alabarle, agradecerle y pedirle.
Nuestra confianza en que saldremos adelante en todas las pruebas, peligros y padecimientos no está en nuestras fuerzas, siempre escasas, sino en la protección de Dios, que nos ha amado desde la eternidad y no dudó en entregar a su Hijo a la muerte por nuestra salvación. Aunque el Señor permita tentaciones muy fuertes o que crezcan las dificultades familiares o se haga más costoso el camino... nada de lo que nos pueda ocurrir podrá separarnos de Dios, basta que nos acerquemos a Él que espera siempre en el Sagrario más próximo. Ahí encontraremos la mano poderosa de Dios y podremos decir: Todo lo puedo en Aquel que me conforta
La serenidad que hemos de tener no nace de cerrar los ojos a la realidad o de pensar que no tendremos tropiezos o dificultades, sino de mirar el presente y el futuro con optimismo, porque sabemos que el Señor ha quedado para socorrernos. Iremos al Sagrario para encontrar el consuelo, la paz y las fuerzas necesarias. "¿Qué más queremos tener al lado que un tan buen amigo, que no nos dejará en los trabajos y tribulaciones, como hacen los del mundo?" (12).
Si alguna vez no sabemos muy bien qué decirle, Santa María, que tantas veces habló con su Hijo aquí en la tierra y ahora lo contempla para siempre en el Cielo, nos pondrá en los labios las palabras oportunas. Ella acude siempre prontamente para remediar nuestra torpeza.