La pasión de Cristo

Santo Tomás de Aquino decía: "La Pasión de Cristo basta para servir de guía y modelo a toda nuestra vida". Al preguntarle a San Buenaventura de dónde sacaba tan buena doctrina para sus obras, le contestó presentándole un Crucifijo: "Éste es el libro que me dicta todo lo que escribo; lo poco que sé, aquí lo he aprendido".

LA PASIÓN DE CRISTO

Nos hace mucho bien contemplar la Pasión de Cristo: en nuestra oración personal, al leer los Santos Evangelios, en los misterios dolorosos del Santo Rosario, en el Vía Crucis... En ocasiones nos imaginamos a nosotros mismos presentes entre los espectadores que fueron testigos en esos momentos. También podemos intentar con la ayuda de la gracia, contemplar la Pasión como la vivió el mismo Cristo. Parece imposible, y siempre será una visión muy empobrecida de la realidad, pero para nosotros puede llegar a ser una oración de extraordinaria riqueza. Dice San León Magno que "el que quiera de verdad venerar la pasión del Señor debe contemplar de tal manera a Jesús crucificado con los ojos del alma, que reconozca su propia carne en la carne de Jesús".


La meditación de la Pasión de Cristo nos consigue innumerables frutos. En primer lugar nos ayuda a tener una aversión grande a todo pecado, pues Él fue traspasado por nuestras iniquidades y molido por nuestros pecados (Isaías 53, 5). Los padecimientos nos animan a huir de todo lo que pueda significar pereza; avivan nuestro amor y alejan la tibieza. Hacen nuestra alma mortificada, guardando mejor los sentidos.
Y si alguna vez el Señor permite el dolor, nos será de gran ayuda y alivio considerar los dolores de Cristo en su Pasión.