
Jesús no hará más milagros en esta ocasión; si faltan buenas disposiciones, si la mente se llena de prejuicios, sólo se verá oscuridad, aunque tenga delante la más clara de las luces: las cosas que se reciben toman la forma del recipiente que las contiene, reza el viejo adagio. Nosotros pedimos a Jesús un corazón bueno para verle a Él en medio de nuestros quehaceres y una mente sin prejuicios para comprender a nuestros hermanos los hombres, para jamás juzgar mal a ninguno de ellos.
Muchos fariseos no se convirtieron al Mesías a pesar de tenerle tan cerca y presenciar muchos de sus milagros: su orgullo los dejó ciegos para lo esencial. Si nosotros estamos bien dispuestos, el Señor, por caminos diversos, nos dará abundancia y sobreabundancia de señales para seguir siendo fieles en el camino que hemos emprendido. Podremos contemplarle en lo que nos rodea: la naturaleza misma, en medio del trabajo; en la alegría; en la enfermedad. Otras veces, la luz para verle la obtendremos en la intimidad de la oración; otras muchas...
Cristo está a nuestro lado y nos ama; desea comunicarnos sus sentimientos y su vida, y dar solución divina a aquello que nos preocupa. Sin embargo, se pueden presentar obstáculos a la fe. En ocasiones, en personas que llevan años siguiendo a Cristo y han perdido la belleza de la entrega, muchas veces por falta de sinceridad, otras debido a la soberbia, o a la pereza y a la comodidad que tienden a señalar un límite en la entrega.
Alguna vez el Señor puede ocultarse a nuestra vista para que le busquemos con más amor y para que crezcamos en humildad. La Confesión será un medio excelente para ver a Dios con más claridad en nosotros y en quienes nos rodea. Pidamos a la Virgen que nos ayude a purificar la mirada y el corazón para descubrir a su Hijo en los acontecimientos de cada día.