
Jesús exige a sus discípulos una fe inquebrantable en su Persona, hasta tomar la cruz sobre sus espaldas: el que no toma su cruz y me sigue, no es digno de Mí (Mateo 18,32) Nosotros queremos seguirle muy de cerca, y acudimos al Sagrario y le decimos: Señor, Tú eres el Cristo, el Hijo de Dios vivo. Y tendremos la valentía de dar a conocer en cualquier ambiente, nuestra fe y nuestro amor a Cristo vivo.
Después de muchos siglos, Jesús sigue siendo para muchos una figura desdibujada, inconcreta. Verdaderamente, siguen siendo actuales las palabras del Bautista: En medio de ustedes está uno a quien no conocen (Juan 1, 26). Nosotros creemos por la fe que Jesucristo es perfecto Dios y Perfecto Hombre, dos naturalezas distintas, una divina y una humana, distintas e inseparables, y una única persona, La segunda de la Trinidad increada y eterna, que se encarnó por obra del Espíritu Santo en el seno purísimo de María.
Jesús vive: "Somos los hombres los que a veces no alcanzamos a descubrir su rostro, porque miramos con ojos cansados o turbios".
Yo soy el Camino, la Verdad y la vida (Juan 14, 6). Nadie puede ir al Padre sino por Él. Sólo por Él, con Él y en Él podremos alcanzar nuestro destino sobrenatural. Cristo es también la Verdad. La verdad absoluta y total, Sabiduría increada, que se nos revela en su Humanidad. Sin Cristo, nuestra vida es una gran mentira.
Cristo es nuestra Vida, porque nos mereció la gracia, vida sobrenatural del alma; porque esa vida brota de Él, de modo especial en los sacramentos, y porque nos la comunica a nosotros. Cuando el Señor nos pregunte en la intimidad de nuestro corazón: "y tú, ¿quién dices que soy Yo?" Que sepamos responderle con la fe de Pedro: Tú eres el Cristo, el Hijo de Dios vivo, el Camino, la Verdad y la Vida... Aquel sin el cual mi vida está completamente perdida.