
Jamás en todo su ministerio, ya sea en sus palabras o en su modo de obrar, se ve a Jesús vacilar, permanecer indeciso, y menos volverse atrás. Él pide a quienes le seguimos esa voluntad firme en cualquier situación. Los respetos humanos son consecuencia de valorar más la opinión de los demás que el juicio de Dios, sin tener en cuenta las palabras de Jesús: si alguien se avergüenza de Mí y de mis palabras..., el Hijo del Hombre también se avergonzará de él cuando venga en la gloria de su Padre acompañado de sus santos ángeles. Los respetos humanos pueden proceder de la comodidad, por no pasarse un mal rato; o por el miedo a perder un cargo; o por el deseo de permanecer en el anonimato. "Brille el ejemplo de nuestra vida y no hagamos ningún caso de las críticas", y seremos el apoyo firme para mucho que vacilan. La "libertad de los hijos de Dios" nos lleva a movernos con soltura y sencillez en los ambientes más adversos.
Los cristianos de la primera hora actuaron con valentía propia de quien tiene fundamentada su vida en cimiento firme. De modo semejante se comportaron los Apóstoles ante la coacción del Sanedrín y ante las persecuciones posteriores. San Pablo afirma que nunca se avergonzó del Evangelio. Jesús nos invita a hacer lo que debemos hacer con independencia al "qué dirán". Una sola cosa debe comportarnos ante todo: el juicio de Dios.