La Gracia Divina


Desde nuestra llegada a este mundo hasta la vida eterna a la que hemos sido destinados, todo procede de Dios como un inmenso regalo. Hemos sido elevados, sin mérito de nuestra parte, a la dignidad de hijos de Dios, pero por nosotros mismos no sólo somos siervos, sino siervos inútiles, incapaces de llevar a cabo lo que nuestro Padre nos ha encargado, si Él no nos ayuda.

La gracia divina es lo único que puede potenciar nuestros talentos humanos para trabajar por Cristo. Nuestra capacidad no guarda relación con los frutos sobrenaturales que buscamos. Sin la gracia santificante para nada serviríamos. Somos lo que "el pincel en manos del Artista". Si somos humildes "andar en verdad" es ser conscientes de que somos siervos inútiles nos sentiremos impulsados a pedir la gracia necesaria para cada obra que realicemos.


San Pablo enseñó que Dios es quien obra en nosotros el querer y el obrar según su beneplácito. Esta acción divina es necesaria para querer y realizar obras buenas; pero ese querer y ese obrar son del hombre: la gracia no sustituye la tarea de la criatura, sino que la hace posible en el orden sobrenatural.

La liturgia de la Iglesia nos hace pedir constantemente esa ayuda divina, de la que andamos tan radicalmente necesitados. El Señor no la niega nunca, cuando la pedimos con humildad y confianza. Nosotros pondremos todo nuestro empeño en lo que tenemos entre manos, como si todo dependiera de nosotros. A la vez, recurriremos al Señor como si todo dependiera de Él. Así hicieron los santos. Nunca quedaron defraudados.


¡Qué maravilla sentirnos cooperadores de Dios en la gran obra de la Redención! Para que el pincel sea un instrumento útil en manos del pintor, ha de subordinar su propia cualidad al uso que de él quiera hacer el artista, y debe estar muy unido a la mano del maestro: si no hay unión, si no secunda fielmente el impulso que recibe, no hay arte. Nosotros que queremos serlo en manos del Señor, nos mantendremos muy unidos a Él y le pedimos continuamente Su gracia.