La Fe Firme


Una sola cosa pedirá el Redentor: fe. Sin esta virtud el reino de Dios no llega a nosotros. Más tarde, los Apóstoles se manifiestan al Señor con toda sencillez.

Conocen su fe insuficiente en muchos casos ante lo que ven y oyen, y un día le piden a Jesús: ¡Auméntanos la fe! También nosotros nos encontramos como los Apóstoles; nos falta fe ante la carencia de medios, ante las dificultades en el apostolado, ante los acontecimientos, que nos cuesta interpretar desde un punto de vista sobrenatural. Pero si vivimos con la mirada puesta en Dios no hemos de temer nada.

La fe es el tesoro más grande que tenemos, y, por eso, hemos de poner todos los medios para conservarla y acrecentarla. También es lógico que la defendamos de todo aquello que le pueda hacer daño: lecturas (especialmente en épocas en que los errores están más difundidos), espectáculos que ensucian el corazón, provocaciones de la sociedad de consumo, programas de televisión que puedan dañar este tesoro que hemos recibido.

Reconocer al Señor delante de los hombres es ser testigos vivos de su vida y de su palabra. Nosotros queremos cumplir nuestras tareas cotidianas según la doctrina de Jesucristo, y debemos estar dispuestos a que se transparente nuestra fe en todas nuestras obligaciones familiares, profesionales y sociales. ¿Se nos reconoce como personas cuya conducta es coherente con su fe? ¿Nos falta audacia para hablar de Dios? ¿Nos sobran los respetos humanos?

Una consecuencia de la fe firme es la seguridad y el optimismo de que las cosas saldrán adelante. El poder de Dios está con nosotros y disipa todo posible temor. Él nos da la gracia para cumplir nuestra vocación.