
Nuestro corazón está puesto en el Señor porque Él es nuestro tesoro, y por Él, de modo ordenado, los demás quehaceres nobles de un cristiano metido en el mundo. El Señor quiere que pongamos el corazón en las personas de la familia humana o sobrenatural que tengamos, que son a quienes en primer lugar hemos de llevar a Dios, y la primera realidad que debemos santificar.
Donde está el propio tesoro, allí están el amor, la entrega y los mejores sacrificios. El Señor no querría una caridad que no cuidara en primer lugar a quienes Él ha puesto a nuestro cuidado, porque no sería verdadera.
La familia es la pieza más importante de la sociedad, donde Dios tiene su más firme apoyo. Y es la más atacada en todos los frentes. Los padres han de ser conscientes de que ningún poder terreno puede alejarlos de la responsabilidad de educar a sus hijos. Y todos hemos recibido del Señor, de distintas formas, el cuidado de otros. Nadie responderá por nosotros ante Dios cuando nos pregunte: ¿Dónde están los que te di? Que cada uno podamos responder: No he perdido a ninguno de los que me diste.
Necesitamos un corazón vigilante para percibir si en el ambiente familiar se van introduciendo modos de vivir que desdicen de un hogar cristiano y entonces pedir a San José fortaleza llena de cariño para enmendar el camino.
Vida familiar significa tener tiempo los unos para los otros. Ahora que se ataca tanto a la familia, la mejor manera de defenderla es el cariño humano verdadero, a pesar de los defectos y hacer presente a Dios en el hogar mediante la oración en familia: al bendecir la mesa, al acostarse, al iniciar un viaje. Unidos así, con una fe solida, se resisten mejor los ataques de fuera. Y si llega el dolor, se lleva mejor entre todos. La Virgen nos enseñará que el tesoro lo tenemos en el corazón de su Hijo, y en el propio hogar, en las personas que Él nos ha confiado