La palabra de Dios es luz para el entendimiento, fuego para la voluntad, para que el hombre pueda conocer y amar a Dios. Jesús, es la Luz de nuestra inteligencia. Si le seguimos, entenderemos muchas cosas que están ocultas a los que prefieren vivir en tinieblas: el sentido del dolor, de la muerte y de la vida; el valor de la renuncia, de la entrega y del amor verdadero; el por qué es mejor perdonar, pensar en los demás o servir sin esperar nada a cambio. Esto no lo entienden los que no lo siguen, los que no tienen la Cruz por señal, ni el nombre de cristianos.
Jesús es el fuego que impulsa nuestra voluntad. Él nos da su Gracia para que aceptemos sus enseñanzas y para que podamos ponerlas por obra. En esa época, la luz se identificaba con el fuego: se necesitaba fuego para hacer luz. Y Él ha dicho: "fuego he venido a traer a la tierra y, ¿qué quiero sino que arda?"(Lucas 12,49). Él nos ha pasado el fuego a nosotros y ahora somos nosotros los que hemos de arder para dar luz y calor a los demás.
Todo el mundo opina de religión, pero luego resulta como es lógico, porque uno dedica el tiempo a lo que cree que es más interesante, que no saben nada sobre la doctrina de la Iglesia y de Cristo. ¿Cómo pueden opinar sobre Jesús si "no saben de dónde viene ni a dónde va? No podemos pretender que salgan de su túnel a base de razonamientos científicos, que por definición captan sólo lo que es material y, por tanto, lo que está dentro del túnel. Jesús no quiere que le demostremos su existencia, sino su luz: que nosotros seamos luz para los demás con el ejemplo de nuestra vida: preocuparnos por los demás; actúar con honradez; tener prestigio profesional; no buscar el provecho personal; saber querer de verdad y tener una alegría contagiosa.