"Si no creen que yo soy, morirán en sus pecados". Necesitamos creer que realmente Jesús es Dios. Su camino es esforzado, cuesta arriba; pero sabemos que, cuando lo seguimos, encontramos la felicidad que buscamos, porque vivir cristianamente es la mejor forma de vivir. Jesús nos dice que sólo en la Cruz podemos entender quién es, y que su vida no se entiende sin su misión redentora que culmina en la Cruz. Su obediencia a la voluntad del Padre hasta la muerte y muerte de Cruz, es una prueba de que Él es su enviado. No está buscando su lucimiento personal, ni una recompensa terrena. Yo no soy de este mundo dice Cristo.
La aceptación rendida de la Voluntad de Dios trae necesariamente el gozo y la paz: la felicidad en la Cruz. Seguir a Jesús no es un camino fácil: no coincide siempre con lo que nos apetece hacer, ni
siquiera con lo que humanamente parece que sea lo mejor. A veces cuesta aceptar rendidamente su voluntad. A Él le costó sangre decir: "no se haga mi voluntad sino la tuya" (Lucas 22,42). Pero también es cierto que la aceptación rendida de la Voluntad de Dios trae necesariamente el gozo y la paz: la felicidad en la Cruz. Aún más, la capacidad de sacrificio es la medida de la capacidad del amor y de la felicidad.
La medida de poder llevar gran cruz o pequeña es la del amor (Santa Teresa). Esta es la razón profunda de la alegría cristiana: Dios no nos deja solo, porque nosotros estamos buscando hacer su voluntad, porque intentamos comportarnos en todo momento como un hijo fiel.Dios es nuestro Padre, y está siempre pendiente de nosotros.