Tener las lámparas encendidas indica la actitud atenta, propia del que espera la llegada de alguien. La situación del cristiano no puede ser de somnolencia y de descuido. Y esto por dos razones: porque el enemigo está siempre al acecho, como león rugiente, buscando a quien devorar (1 Pedro 5, 8), y porque quien ama no duerme (Cantares 2, 5).
"Vigilar es propio del amor. Cuando se ama a una persona, el corazón vigila siempre, esperándola, y cada minuto que pasa sin ella es en función de ella y transcurre vigilante. Jesús pide el amor. Por esto solicita vigilancia". Cuando el alma está adormecida, Jesús se marcha sin haber llamado a nuestra puerta, pero si el corazón está en vela, llama y pide que se le abra. Muchas veces a lo largo del día Jesús pasa a nuestro lado. ¡Qué pena si la tibieza impidiera verlo!
Todos los días nos encontramos con obstáculos que nos apartan de Dios. Generalmente debemos luchar en pequeños detalles. Muchas veces el empeño por mantenernos en estado de vigilia, bien opuesto a la tibieza, se concretará en fortaleza para cumplir nuestras normas de piedad, esos encuentros con el Señor que nos llenan de fuerzas y de paz.
Otras veces la lucha estará centrada en el modo de vivir la caridad, en tener buen humor; o tendremos que empeñarnos en realizar mejor el trabajo, en ser más puntuales, en poner los medios para continuar nuestra formación humana, profesional y espiritual. En la lucha por lo pequeño, el alma se fortalece y se dispone para oír las continuas inspiraciones y mociones del Espíritu Santo. Y es también en el descuido de lo pequeño en donde el enemigo se hace peligroso y difícil de vencer.
El corazón que ama está alerta; el tibio duerme. El estado de tibieza se parece a una pendiente inclinada que cada vez se separa más de Dios: nace una preocupación por no excederse, por quedarse en lo indispensable para no caer en pecado mortal, aunque se acepta con frecuencia el venial.
Se justifica esta actitud por razones de naturalidad, de eficacia, de salud, que ayudan al tibio a ser indulgente con sus pequeños defectos desordenados, apegos a personas o cosas, caprichos, comodidad. Se va tirando, queda en el corazón un vacío de Dios que se intenta llenar con otras cosas, que no son de Dios y no llenan. Tened las lámparas encendidas..., atentos a los pasos del Señor. Nadie estuvo más atento a la llegada del Señor a la tierra que María. Ella nos enseñará a mantenernos vigilantes.