Proclamar la Verdad


Desde el principio de su vida pública, Jesús arrostró una corriente de maledicencias y de desprecios, nacidas de egoísmos cobardes, porque proclamaba la Verdad sin respetos humanos, que más tarde le llevaría a la muerte. La misma disposición desprendimiento de juicios y alabanzas- pide el Maestro a sus discípulos.

Los cristianos debemos cultivar y defender el debido prestigio profesional, moral y social, justamente labrado, porque forma parte de la dignidad humana, y para llevar a cabo la labor apostólica que hemos de realizar en medio de nuestras tareas. Pero no debemos olvidar que en muchas ocasiones, nuestra conducta chocará con el comportamiento de los que se oponen a la moral cristiana, o de aquellos que se han aburguesado en el seguimiento de Cristo. Además, el Señor nos puede pedir también, en circunstancias extraordinarias que renunciemos incluso a ese patrimonio de honra, y aun a la misma vida. Y a eso estamos dispuestos, con la ayuda de la gracia. Todo lo nuestro es del Señor.


En ocasiones habremos de soportar murmuraciones y calumnias, sonrisas burlonas, discriminaciones en el lugar de trabajo, pérdida de ventajas económicas o de amistades superficiales. A veces, hasta con la misma familia y amigos habremos de necesitar una buena dosis de serenidad y fortaleza sobrenatural para mantener una postura coherente con la fe. Y en esas incómodas situaciones se puede presentar la tentación de escoger el camino fácil y de dejarse llevar por respetos humanos, ocultando la condición de discípulos de Cristo.

Y el Señor espera de nosotros que seamos coherentes con la fe y el amor que llevamos en el corazón, y esta conducta, será frecuentemente, el comienzo del retorno de muchos hacia la Casa del Padre.


Muchas personas están a nuestro alrededor esperando el testimonio claro de nuestra palabra y de una vida cristiana: Defender la autoridad del Papa en lo que a la fe y a la moral se refiere, defender el derecho a la vida de toda persona concebida, defender la indisolubilidad del matrimonio... Es necesario y urgente obtener de Dios, si nos faltara, la audacia propia de los hijos de Dios para vencer los temores.

El Señor nos da ejemplo de la conducta que hemos de seguir: jamás actuó de cara a los hombres; sólo le importó una cosa: cumplir la voluntad de su Padre. Todo su ser y su vida son un "sí" o un "no". Pidamos a Jesús firmeza para guiarnos en toda circunstancia por el querer de Dios, que permanece para siempre, y no por voluntad de los hombres que es cambiante, antojadiza y poco duradera.