Llamar padre a Dios


Cada vez que acudimos a nuestro Padre, nos dice: Hijo mío, tú estás siempre conmigo, y todo lo mío es tuyo. Ninguna de nuestras tristezas, de nuestras necesidades, le deja indiferente. Si tropezamos, Él está atento para sostenernos o levantarnos.

Jesús nos enseñó a tratar a nuestro Padre Dios: esa conversación filial ha de ser personal, en el secreto de la casa discreta humilde, como la del publicano constante y sin desánimo, como la del amigo inoportuno; debe estar penetrada de confianza en la bondad divina, pues es un Padre conocedor de las necesidades de sus hijos, y nos da no sólo los bienes del alma sino también lo necesario para la vida material . Padre mío..., enséñanos y enséñame a tratarte con confianza filial.

Tenemos derecho de llamar Padre a Dios si tratamos a los demás como hermanos, especialmente a aquellos con quien nos unen lazos más estrechos, con los que más nos relacionamos, con los más necesitados..., con todos. "No podéis llamar Padre nuestro al Dios de toda bondad" señala San Juan Crisóstomo, si conserváis un corazón duro y poco humano, pues, en tal caso, ya no tenéis en vosotros la marca de bondad del Padre celestial. La oración del cristiano, aunque es personal, nunca es aislada. Decimos Padre nuestro, e inmediatamente esta invocación crece y se amplifica en la Comunión de los Santos.