El diablo existe. La Sagrada Escritura habla de él desde el primero hasta el último libro revelado. La historia del hombre ha padecido la influencia del diablo. Hay rasgos presentes en nuestros días de una intensa malicia, que no se explican por la sola actuación humana. El demonio, en formas muy diversas, causa estragos en la Humanidad. La actuación del demonio es misteriosa, real y eficaz. Con Jesucristo ha quedado vencido, pues Él "nos ha liberado del poder de Satanás. Por razón de la obra redentora, el demonio sólo puede causar verdadero daño a quienes libremente le permitan hacérselo, consintiendo en el mal y alejándose de Dios: nadie peca por necesidad.
El demonio es un ser personal, real y concreto, de naturaleza espiritual e invisible, y que por su pecado se apartó de Dios para siempre. Es el padre de la mentira, del pecado, de la discordia, de la desgracia, del odio, de lo malo y absurdo que hay en la tierra, el enemigo que siembra el mal en el corazón del hombre y al único que hemos de temer si no estamos cerca de Dios.
Su único fin en el mundo, al que no ha renunciado, es nuestra perdición. Y cada día intentará llevar a cabo ese fin a través de todos los medios a su alcance. Es el primer causante de las rupturas en las familias y en la sociedad. Sin embargo, el demonio no puede violentar nuestra voluntad para inclinarla al mal. El santo Cura de
Ars dice que "el demonio es un gran perro encadenado, que acosa, que mete mucho ruido, pero que solamente muerde a quienes se le acercan demasiado".
Nos debe dar gran confianza saber que el Señor nos ha dejado muchos medios para vencer y para vivir en el mundo con la paz y alegría de un buen cristiano: la oración, el Ayuno, la Confesión y la Eucaristía, y el amor a la Virgen. Nuestro esfuerzo en la vida por mejorar la fidelidad a lo que sabemos que Dios nos pide, es la mejor manifestación de que frente al "NO SERVIR" al demonio, queremos poner
nuestro servicio personal: "SERVIR A CRISTO".