Canto de alabanza


Nuestra vida cristiana debe ser toda ella como un canto de alabanza, lleno de adoración, acciones de gracias y entrega amorosa. Por eso, en la acción de gracias de la Comunión, mientras que tenemos en nuestro corazón al Señor del Cielo y tierra, nos unimos a todo el universo en su pregón de agradecimiento al Creador.


La vida entera, pero especialmente los momentos después de haber comulgado, es un tiempo de alegría y de alabanza a Dios. Para dar gracias al Señor nos podemos unir interiormente a todas las criaturas que, cada una según su ser, manifiestan su gozo al Señor. Te adoro con devoción, Dios escondido, le decimos a Jesús en la intimidad de nuestro corazón después de haber comulgado.

En esos momentos hemos de frenar nuestras impaciencias y permanecer recogidos con Dios que nos visita. Las almas de todos los tiempos que han estado cerca de Dios han esperado con impaciencia ese momento inefable en el que tan próximos estamos de Él. Examinemos hoy con qué amor acudimos nosotros a la Santa Misa, donde tributamos a Dios la alabanza suprema, y con qué atención y esmero cuidamos de esos minutos que estamos con Él. Es una cortesía que no debemos descuidar jamás.


En la Comunión, llega a nuestro corazón, el mismo Hijo del Hombre que vendrá glorioso al final de los tiempos; viene para fortalecernos y llenarnos de paz. Viene como el Amigo tanto tiempo esperado. Y hemos de recibirlo como lo hicieron sus más íntimos. Hemos de tratar bien a Jesús, que tanto desea visitarnos en nuestra pobre casa. "Y no suele Su Majestad pagar mal la posada, si le hace buen hospedaje".

Es una buena ocasión de unirnos a toda la Creación para alabar y dar gracias al Creador que, humilde, se queda sacramentalmente en nuestro corazón .