El Mandamiento del Amor


Después de la creación del mundo, Dios creó al hombre a su imagen y semejanza, lo enriqueció con dones y privilegios sobrenaturales, lo destinó a una felicidad eterna e inefable y ordenó su naturaleza de modo que naciera inclinado a asociarse y a unirse a otros en la sociedad doméstica y en la sociedad civil, que le proporciona lo necesario para la vida.

Esta convivencia es fuente de bienes, pero también de obligaciones en las diferentes esferas en las que tiene lugar nuestra existencia. Estas obligaciones revisten un carácter moral por la relación del hombre a su último fin. Su observancia o su incumplimiento nos acerca o nos separa del Señor. Son materia de examen de conciencia. Examinemos hoy en este rato de oración si vivimos abiertos a los demás, pero particularmente a quienes el Señor ha puesto a nuestro lado.


La noche antes de su Pasión, el Señor nos dejó un mandamiento nuevo, para superar, si fuera necesario heroicamente, los agravios, el rencor..., y todo lo que es causa de separación. Éste es mi mandamiento: que os améis los unos a los otros, como yo os he amado, es decir sin límites y sin que nada sirva de excusa para la indiferencia.

La sociedad, al ser más cristiana por nuestras obras, se vuelve más humana. Parte importante de la moral son los deberes que hacen referencia al bien común de todos los hombres, de la patria en la que vivimos, de la empresa en la que trabajamos, de nuestra familia, sea cual sea el puesto que en ella ocupemos. No es cristiano ni humano considerar estos deberes en la medida en que personalmente nos son útiles o nos causan un perjuicio. Dios nos espera en el empeño de mejorar la sociedad y los hombres que la componen.


Los dones y los bienes que nos fueron dados son para el desarrollo de la propia personalidad, para lograr el fin último, y también para el servicio del prójimo. Es más, no podríamos alcanzar el fin personal si no es contribuyendo al bien de todos.

Unas obligaciones son de estricta justicia; otras son exigencias de la caridad: eludirlas sería vivir de espaldas a nuestros hermanos los hombres y de espaldas a Dios. "¡Ojalá te acostumbres a ocuparte a diario de los demás, con tanta entrega, que te olvides de que existes!