La Vida Eterna


Dice Jesús:

«Perder la vida, suma desgracia para el hombre que vive en la carne y en la sangre, no es una pérdida, sino una ganancia para el hombre que vive de Fe y de espíritu. Por esto Yo he dicho: "No temáis a los que pueden matar el cuerpo".

Yo estoy junto a los inocentes, matados por cualquier causa de crueldad humana; estoy junto a los mártires como junto a los soldados; estoy junto a los oprimidos bajo un yugo familiar que llega al delito, como junto a los suprimidos con medios maldecidos por Mí en las guerras sacrílegas y feroces.

Digo: sacrílegas. ¿Y qué otra cosa podría decir? ¿No es violar mi ley actuar con prepotencia usando y abusando de la fuerza por motivos de orgullo humano que tienen como fruto la destrucción de vidas y de conciencias? ¿Y qué mayor templo que el corazón del hombre por Mí creado y donde Yo debería habitar? ¿Pero puede habitar el Dios de la Paz donde hay pensamientos de guerra? ¿Habitar donde bajo la éjida de la guerra el hombre se permite licencias culpables? ¿Habitar donde bajo la ráfaga de la guerra muere la fe y es remplazada por la no fe, muere la esperanza y es remplazada por la desesperación, muere la caridad y es remplazada por la ferocidad, muere la oración y es remplazada por la blasfemia? ¿No son, éstas, profanaciones de un corazón? ¿Y quién profana no comete sacrilegio?

Por esto Yo he dicho: "No temáis a quien mata el cuerpo y no puede hacer nada más". Yo consuelo en la hora de la prueba a los matados injustamente, y ello es garantía de que después de aquella hora viene la Luz que beatifica.

Pero os digo: "Temed a aquel que, después de haberos matado, os puede echar en la gehenna". ¿Matar cómo? ¿Matar qué? Vuestra alma y vuestro espíritu. El alma que es el arca, el arca santa, el sagrario que contiene el espíritu, que es la gema tomada por la mano de Dios de los inmensos tesoros de su Yo para ponerla dentro de la criatura: signo que no se puede negar de vuestro origen de hijos míos. Como la sangre en las venas, está el espíritu en el interior de vuestra carne. Y como la sangre da vida a la carne para vivir los días de la tierra, así el espíritu da vida al alma para vivir los días que no tienen fin.

Por lo tanto la pérdida, sin límite de medida, es la del espíritu y no de un poco de carne. No hay delito más grande y más condenado por Dios que este de matar un espíritu privándolo de la gracia que lo hace hijo de Dios.

Como un hijo crece y se forma en el seno de la madre, alcanzando la edad perfecta de la vida intrauterina, nutriéndose por órganos que lo tienen en contacto con los órganos de nutrición de la madre, así el que sabe vivir la vida del espíritu y conservar el espíritu es como un hijo en mi seno y crece y alcanza la edad perfecta de la vida intra-Mí, sacando de Mí nutrición y fuerza.

¿No te da alegría y seguridad pensar que vives de Mí, en Mí, por Mí, conmigo?

Aquel que deja que el Enemigo mate su espíritu se hace cómplice del mismo. Éste tiene abierto, con sus propias manos, el saco en el cual el Maldito encierra vuestra alma, privándola primero de la Luz, después de la Vida, hundiéndola en su abismo infernal de donde no se sale y sobre el cual pesa la maldición eterna de Dios.

¿Y podré acaso, Yo que digo : "No matar" y condeno la matanza de una carne, no pronunciar condena sobre quien mata el espíritu?

Sobre quien. Seguro. Porque tenéis una voluntad y, si no queréis vosotros, el Enemigo no puede. Por ello sois vosotros los que matáis vuestro espíritu. Y sobre quien mata el espíritu, en verdad en verdad os digo que con ira justa y terrible resonará mi Voz de Padre renegado por un hijo, de Rey defraudado por un súbdito, para pronunciar la palabra de condena.

Por lo tanto en tu sufrir está segura: por la carne que muere, cada vez más crece tu espíritu: como víctima de amor, se alimenta del morir de tu cuerpo. Qué hermoso será el día en que, rompiendo la arcilla del vaso terreno, tu espíritu brotará libre y fuerte para la gloria eterna de tu Jesús, en el Cielo».

J.N.D