Cuando usamos esa palabra mezclamos normalmente dos verdades: 1) el pecado voluntario del primer hombre (de Adán) y 2) el estado pecador del hombre por su nacimiento. Palabra pecado aquí no significa lo mismo, pues no estamos hablando de actos personales. Significa que cuando nace el hombre, su estado no exige la amistad de Dios y la participación en su vida.
Los evangelios no dicen ninguna palabra sobre el pecado original. El escenario de ese pecado es muy popular. Por eso se desfiguró como cualquier cosa que toma la corriente popular, y lo peor, que muchas veces trataron de estudiarlo, lejos de las enseñanzas de la revelación como santísima trinidad, la creación, la salvación... Y eso lo que hace de la gente es que se burlen, en un mundo que ha dejado de creer en esos cuentos vacíos.
El tercer capítulo del génesis es un plan para la creación. Entonces, no está en el pasado sino en el futuro. Es la intención de Dios al respecto de los últimos tiempos. Fue puesta al principio porque el autor comienza por el plan hasta que llega al nivel del cumplimiento. La humanidad no comenzó con seres perfectos sino de una simple página. La hizo Dios por su amor y en desarrollo lento. ¿De una mujer y un hombre solamente? No hay necesidad que la fe haga cosquillas a la ciencia con respecto a eso. “Cristo sólo es el que forma la raza humana”. Él no habla ni de Adán, ni del pecado original, pues el hombre y la mujer fueron creados a la imagen y semejanza de Dios, o sea: “fueron llamados a la vida divina”. Ese estado se monta sobre el llamado del hombre, cada hombre, a la amistad de Dios íntima. El hombre está programado para la vida divina desde el comienzo de la raza humana, pero este llamado es incompleto humanamente porque la divinidad no se toma como una obligación, sino que la acepta el hombre con “humildad, obediencia, y amor”. A parte de ésto, que sea el hombre un Dios, eso significa que es amor, o sea: posee un corazón de Dios, puro de todo egoísmo. Ese programa es imposible para el hombre. Él no puede ser sino un hombre pecador ante su llamado de infinito y él peca locamente por el punto de vista de su programa infinito. El se considera a sí mismo “absoluto”, en vez de amar de una manera absoluta.
Cada hombre se ve a sí mismo dentro de esa humanidad pecadora. Todos somos pecadores como una sola persona (Adán no es el culpable ya). Eso es lo que nos hace ver San Pablo en su carta (1cor: 15-21). Él no habla del pecado sino de la salvación. Cristo, “el nuevo Adán”, reune la raza humana en una unión tangible que es la unión del origen, estado, llamado y destino (Juan: 11:52, efesios:1:10 y colosenses: 1:15). Con Cristo, en Cristo, ha sido lo imposible verdad. Las doctrinas cristianas no definen el estado del hombre sino por la vida de la Santísima Trinidad que debe participar en ella. Y donde no se habla del pecado sino para aclarar el perdón, “esa es la salvación original”.
Ahora hablemos del pecado en sí mismo. ¿Qué es?
Dejamos a parte las palabras de la moral y hablamos del amor. Jesús dirigió su dedo al suelo para asegurarse de que no lo dirigiría ni a la adultera ni a sus acusadores. Él los amaba a todos, y así terminó todo, con una confesión y perdón total.
El pecado en el Antiguo Testamento: es rompimiento consciente, voluntario, malo, para la bella relación del amor entre Dios y el hombre. Dos imágenes del libro sagrado nos hacen entender ésto: 1) el pecado es adulterio: sin duda es una infracción para la ley de Dios, pero eso no era lo que creíamos. “No es una orden de ley sino de amor. Romper la alianza de amor es el pecado”.2) Es violación y rechazo para el Padre: también aquí es una infracción voluntaria para la ley, pero la ley de la amistad y la unión entre el padre y su hijo. Dios como padre creó al hombre con su amor y le dió todos sus bienes, hasta la vida divina, pero Él queda siendo el padre y la fuente. El pecado para el hombre y el cristiano que vive esa revelación, es creer romper la relación del hijo, es creer que nadie está sobre él o más arriba que él y que él es la ley para sí mismo y que puede decidir como quiera lo que es bueno y lo que es malo. La ley del padre no sale por órdenes externas, sino es una relación de cariño. En el medio de nuestra vida conseguimos la ley del amor filial, que no es una ley de una persona extraña sino la nuestra exclusiva. “El pecado es rechazar ese estado filial con todo lo que exige, un amarrar amoroso”, y el resultado directo es: “el miedo de Dios”, el sentimiento de culpa”, y un resultado más profundo y trágico: “la muerte”.
Esa vida que dice hacerse así misma, o sea: “el pecado”, se ahoga con fuerza en los pecados.
El pecado causó la separación del padre: “¿Adán donde estás?” y también entre los hermanos: “¿dónde está Abel?” La cadena se rompió y se perdieron las perlas: se acabó la familia matrimonial: “la mujer que me distes”. Se acabó la familia fraternal: “Caín mató a su hermano”. Se acabó la familia social o comunitaria: “Lamek tomará su venganza”. Se acabó la familia humana: “la confusión de idiomas” ha sido el entendimiento imposible. Los primeros once capítulos del génesis son una imagen trágica y triste del pecado del mundo, un mundo que habitó en el egoísmo, en vez del puesto del amor. El pecado del mundo es el pecado de los que abusan del poder religioso, político, económico, para obtener un buen puesto sobre la ruina de los pobres débiles. Ese es el pecado que mató a Dios en la persona de Cristo.
En el Nuevo Testamento, el pecado desde el punto de vista de Jesús, es el pecado de la esposa entregada a sus amantes, quien se olvidó de quien le dio su vida y su muerte. El pecador se ahoga en los bienes de este mundo y les da más importancia que al llamado de Dios. “El pecado está en que Dios está en mi vida en la ultima fila, o sea, en la cola, hasta si hubiera ido cada domingo a misa”. El pecado está en olvidar esa magnífica presencia, la presencia del amor. Esa ignorancia de la presencia de Dios constante, esa preferencia por las cosas o las personas antes que Dios y su amor es: “una vida de adulterio”. Y también el pecado, desde el punto de vista de Cristo, es rechazar que somos hijos: el hijo pródigo pidió su herencia para sí mismo porque quiere la libertad, la vida loca, lejos del padre y también de su hermano. Pues, finalmente el pecado para Cristo es: “el rechazo al hermano”. El pecado no es nunca una infracción a lo que nombran leyes puestas, que las puso Dios o la Iglesia, sino infracción libre, voluntaria y consciente a la ley del amor que está escrita en los corazones.
Dios es el enemigo del pecado porque el pecado es el enemigo de Dios y del hombre. Pero Dios no es enemigo del pecador sino al contrario, si Él pide de nosotros amar al enemigo es porque Él nos dió el primer ejemplo. Los que vivían en la época de Jesús esperaban un mesías que toma la venganza para Dios, y así se bautizaban los pecadores de Juan para el perdón de los pecados y Juan les hablaba con una manera dura, amenazándolos con la furia. Pero esa furia no ha venido a la gente judía con la venida de Cristo sino el que vino era Jesús, “Dios salva”, y Jesús como pecador entre muchos, vino y se bautizó con ellos porque cargaba la responsabilidad de los pecados del mundo, y pagará el precio caro sobre la cruz. Y desde entonces, en cada hombre, en cada humanidad, donde sale de ella el grito del pecado hacia Dios, habrá ahí una presencia exclusiva para Cristo, para que salga el grito del amor más alto y más fuerte. Por eso, el mundo no explotó ni explotará nunca ante la furia de Dios. En vez de la furia, vino Jesús, “Dios salva”. El día del juicio final vendrá, pero en el fin de los tiempos de la misericordia. El perdón del pecado no anula el juicio, ni la verdad del juicio final, pero lograrlo está separado en el tiempo por las largas generaciones, las generaciones de la paciencia de Dios. El tiempo de la vida es el tiempo de la espera, una espera positiva, donde Dios trabaja en ella con muchas maneras para ganar el corazón del hombre. “Dios no diviniza al hombre a juro porque el hombre es libre”. Respeta su libertad y le deja el tiempo para salvarse a sí mismo; “da a esa humanidad el tiempo para llegar a ser amor”.
Anular los pecados es un acto de violencia, perdonar los pecados es un acto de cariño, misericordia. El perdón de los pecados no apareció completo sino con la venida de Cristo. Es error decir: “arrepiéntanse y serán perdonados”. El perdón no es una respuesta para la penitencia del hombre sino es anticipado a la penitencia (romanos: 5: 6-8 ). Pero la reconciliación exige dos personas: “el padre no puede aceptar a su hijo pródigo a menos que ese hijo vuelva al padre libre, consciente.
Amén.