En cada tentación en esta vida hay dos amores que luchan: amor de Dios y amor del mundo, y el amor que vence al otro, atrae a su amado a Él. Vino Cristo para cambiar el amor y hacer de quien se colgó en la tierra un hombre enamorado de la vida eterna.
Se pide de nosotros en esta vida luchar contra el cuerpo, el mal y el mundo, pero hay que confiar de quien nos jaló a esa batalla, que no nos sigue mirando sino nos ayuda y no nos deja contar con nuestras fuerzas. Hay que luchar porque prometió a los luchadores la corona de la gloria y hay que reconocer a nuestros enemigos, para ser recompensado cuando los venzamos. Nuestra pasión corporal es nuestro enemigo, nos tienta y nos jala atrás de ella. Pues, luchemos contra nuestra pasión. La salvación borró nuestro pecado, pero nosotros que somos segunda creatura, tenemos que luchar contra la pasión que queda en nosotros. La guerra está en nosotros y no tenemos que temer del enemigo externo. Si nos vencemos se vence ante nosotros el mundo. Entonces luchemos, porque quien nos nació de nuevo es el juez y quien preparó la batalla, prepara la corona de la gloria.
Si negamos la guerra y vivimos en paz es una cosa, si luchamos y vencemos es otra cosa, y si luchamos y perdemos es una cosa y si rendimos sin guerra es otra cosa. Si no lucha porque no odia al mal, él te jala con su hipocresía y si lucha, contando con tu fuerza, se pone egoísta y pierde, y si lucha y vio una ley contra la ley de la conciencia, hay que decir como dijo San Pablo: ¿quién me salva del cuerpo de la muerte? Ese, la gracia de Dios por Jesucristo. Cuenta con quien te ordenó a luchar y tendrás la gloria, y no te desesperes cuando la lucha se ponga fuerte. Muchos quieren arrimarse de todo mal, ¿y quién de los santos no pidió eso? Pero eso no se logra aquí y mientras vive el hombre sobre esta tierra ese sueño no se va a lograr, porque el cuerpo desea lo que es contra el espíritu, y al contrario. Y mientras no podemos acabar con la pasión del cuerpo, por lo menos no hay que llenarla. En realidad, decimos que queremos acabar con ella sea lo que sea, pero mientras estamos viendo en nosotros otra ley, pues, no hay que llenar los deseos carnales, ¿y qué hacer? No permitir a la pasión hacer lo que quiere en nosotros. ¿Y qué la pasión deje de existir? Ella está, y si el cuerpo desea lo contrario del espíritu, pues el espíritu tiene que desear lo que está en contra del cuerpo. Y si la pasión niega rendirse ante nosotros, no tenemos que rendirnos ante ella, que sea la lucha igual hasta que se decida la gloria. Y si en nosotros no hay algo en contra del otro es porque uno es el maestro del otro y si nuestro espíritu no está en desacuerdo con nuestro cuerpo en su pasión, hay que temer de que sea esa paz, una paz falsa. Entonces, “luchar es no rendir y es vencer”. Y si la pasión se niega caminar atrás de nosotros, no hay que caminar nosotros atrás de ella, y si ella quiere caminar atrás de nosotros deja de ser y no renueva su guerra contra nuestro espíritu, y así si ella lucha, hay que luchar nosotros, y si ataca, hay que atacar, y poner frente a nuestros ojos una sola cosa: no dejarla salir de la batalla ganadora. Así, con nuestra lucha constante, se reduce poco a poco pero no se acaba.
La necesidad de rechazar la tentación: tenemos que luchar en nosotros la mala costumbre, y cuando ya no nos soportamos a nosotros mismos, nos uniremos a Dios y así seremos capaces de vencernos a nosotros mismos porque el que vence a todo lo que es “Dios” está con nosotros. La vida de los santos se pasa en esta guerra y quedaremos hasta la muerte en peligro en esta lucha.
Si el mal te murmura de un pecado y tu lo escuchas te agarra pero no te obligara, él te sigue para hacerte caer si se mueven tus pasos, y porque él está observando, observa tú su cabeza. El comienzo de la mala idea es su cabeza. Si comienza a metértela, recházala. Así te salvas de su cabeza. Te habla de mucha ganancia, y si dices: “¿de qué sirve al hombre si gana el mundo y pierde su alma”? Sí, así son tus pensamientos. Tu miras la cabeza de la serpiente y la pisas. “No hay que salir del camino de Cristo para no caer”. Dios nos abrió un camino angosto, y todo lo que nos aleja de Él es peligroso. Cristo es la luz verdadera y es el camino y nosotros vamos a Cristo por Cristo. Si nos alejamos, salimos del camino y de la luz. No digan: ¿por qué toda esa fuerza para el mal que posee con ella el mundo? ¿Puede hacer lo que le da la gana? ¡No! No puede hacer sino lo que se le permite. Trabaja para que no se le permita nada contra ti, y suponiendo que hizo algo para tentarte, haz que se vaya perdido. La trampa de él siempre está puesta, y ¡ay! si caemos en ella, y nunca hay que decir: el tiempo no es el tiempo de la tentación. Por decir ésto nos prometemos a nosotros la paz y cuando creemos que estamos tranquilos, nos ataca. Ejemplo sobre la tentación que es “el asco”. No hay que esperar tranquilidad porque el enemigo siempre nos sigue. Si su furia no está clara, usa su hipocresía. Por eso fue nombrado león y dragón. Engaña con su hipocresía prometiendo glorias, diversiones, dinero, etc., y amenaza con los sufrimientos que les esperan. La serpiente dice: ¿por qué vives así? ¿Acaso eres cristiano solo? ¿Y por qué no haces como los demás? Lo peor de todo es que ahorca a los cristianos por el ejemplo de los cristianos. Obsérvate a tí mismo y no sigas el ejemplo de los cristianos malos, y nunca digas: haré ésto porque muchos cristianos lo hacen. Esa actitud no es de quien se prepara para defenderse a sí mismo sino de quien está buscando a compañeros para él en el infierno. Ignora al tentador y su egoísmo. Si siempre ves su cabeza, él no puede entrar a tu corazón. Puede rodear a una ciudad, pero no puede conquistarla. Sigue pegando, pero si ve que la puerta está cerrada, la deja y sigue pasando.
Que sea el fuego de la tentación un examen para nosotros. Si nos consigue oro, nos purifica y si nos consigue papel, nos quema. “No converses con la pasión porque te vence”. Constrúyete sobre Cristo si no quieres que te lleve el huracán. Si quieres un arma contra la tentación, trabaja para que crezca en tu corazón el anhelo a la ciudad santa. El gran enemigo se condenará y nosotros venceremos con Cristo para siempre.
EL BENEFICIO DE LA TENTACIÓN: cada tentación es un examen, y cada examen tiene su fruto. La mayoría de las veces nos desconocemos a nosotros mismos, desconocemos nuestra capacidad o incapacidad de trabajar, y muchas veces nos equivocamos creyendo que somos capaces de soportar ese examen, y a veces nos desesperamos de nuestras fuerzas por levantar un peso que podemos cargarlo. La tentación se acerca a nosotros para preguntar y nosotros que nos desconocemos nos descubrimos por nosotros. La tentación es doble: tentación de engaño, y otra que no la conoce quien cae sobre él sino el mal, y Dios la permite para examinarnos. Dios no nos examina para llegar a saber lo que desconoce, sino para hacernos ver a través de la pregunta lo qué estaba oculto en nosotros. En realidad nosotros tenemos muchas cosas ocultas en nosotros, no aparece y no se ve sino en la tentación, pero cuando las conocemos, no hay que ignorarlas. El mal está amarrado y no puede hacer lo que quiere, y todo lo que puede hacer por ser libre es tentar cuando ve que la tentación es buena a quienes avanzan. A nosotros no nos sirve vivir lejos de cada tentación, y tampoco pedirle a Dios que no nos tiente, sino de no caer en la tentación.
Vemos en el Evangelio la tentación del mal a nuestro señor Jesucristo en el desierto. Fuimos tentados en Cristo porque Él tomó de nosotros su cuerpo, y de Él tomó para nosotros la salvación. De nosotros tomó para sí mismo la muerte, y de Él tomó para nosotros la vida. Tomó los insultos, las tentaciones, para darnos la gloria. En Él nos tentamos y con Él vencemos al mal. Nosotros preguntamos el motivo de la tentación de Cristo, pero seria mejor preguntarse del motivo por el que ganó. Hay que conocernos a nosotros mismos en Cristo, tentados y con Él, vencedores. Él podía prohibir al demonio acercarse, pero sin su tentación no hubiera existido para nosotros la manera de vencerla. Sobre Cristo fuimos construídos y Él es la roca, entonces, vemos el poder que Cristo quiso darnos como una base. Puede venir una hora terrible y uno se pone indeciso entre cometer el pecado o humillar la pasión que está en él y se conmueve. Así se mira a nuestro señor Jesucristo y ver lo que hizo: nos enseñó qué se debe pensar y saber, cómo nos indicó a la persona que debemos llamar y poner en ella nuestras esperanzas. Cuando Cristo fue tentado, respondió al mal como debemos responder cuando lo estemos. Jesús fue tentado pero sin peligro y también nos enseñó a responder para no caminar atrás del tentador sino para salvarnos del peligro. La persona lucha con fuerza contra la tentación cuando vive en la promesa de Dios que es una gran gracia, y a veces se perturba cuando ve todas las dudas que hay en el mundo, pero las dudas no pueden contra nosotros porque Dios les puso un límite. Las tentaciones y las molestias aunque son muchas, son una manera hacia la perfección y no un motivo para la condenación. Nuestro mundo parece un mar que sus olas no pueden pasar la orilla que puso Dios como un límite. Solamente hay que ver si estas tentaciones son buenas para nosotros o no. No hay en la tentación lo que sobre pasa nuestra fuerza. Eso lo permite Dios para nuestro bien y para hacernos avanzar. El mal está amarrado y en realidad si pudiera dañar como le da la gana, no hubiera santos ni creyentes en la tierra. Él tienta pero según lo que se le permite. Dios nos apoya para no caer, porque quien permitió el mal para tentar a Él mismo, da la misericordia a quien será tentado. No hay que temer porque tenemos un salvador misericordioso que no permite tentarnos sino de manera que sea la tentación para nosotros un entrenamiento y examen para que nos conozcamos a través de ella.
Si somos discípulos de Cristo, hay que esperar todas las tentaciones y molestias en este mundo, y no hay que prometernos de lo que no nos prometió Cristo para nosotros. La Biblia dice que en el fin de los tiempos se aumentarán las dudas, los pecados, pero quien espera, al final se salva. Es mejor esperar a Cristo que no engaña a nadie y que nos prometió la felicidad en sí misma y no en el mundo, y seguirlo a Él cargando la cruz, siguiendo su enseñanzas, sabiendo que muchos se pondrán en contra de nosotros y tratarán de alejarnos de Él y dentro de esa gente vemos muchos de los discípulos de Cristo. Entonces, no hay que ver lo que se permite a los malos sino lo que se conserva para los buenos. Si hasta ahora no hemos encontrado persecuciones es porque no estamos viviendo la adoración de Cristo, pero cuando comenzamos a vivirlo, ahí comienzan las molestias.
Tenemos que recordar algo muy importante: “que nosotros como cristianos somos una siembra celestial, viajeros sobre esta tierra en búsqueda del cielo”. Por recordar ésto nos llenamos de ánimo y de confianza porque nosotros no vinimos a este mundo sino para dejarlo y así sentimos que somos capaces de soportar todo por Cristo en Cristo, porque lo que nos espera allá de bienes, convierte el dolor del mundo a nosotros en dulzura. Amén.
LA ALEGRÍA QUE MANIFIESTA DIOS
Si quieres vivir feliz, ámalo. Dios te promete más de lo que el mundo te promete. No hay que prometernos sino lo que nos prometió de Él la Biblia, y ella no nos prometió sobre esta tierra las molestias, persecuciones, dolor, tentación. Y si es así, prepárate para todo ésto y nunca trates de buscar la alegría en esta tierra. Ella es algo muy grande pero no es de aquí, y si así es, entonces elevemos nuestros corazones hacia arriba.
Hemos experimentado nuestra vida aquí en la tierra: llena de dolor, cansancio, peligro, pasiones. De su ganancia nos alegramos y por perderlas sufrimos. El humilde anhela la altura, el grande teme caerse. ¿Quién no tiene envidia a quien tiene? Y quien tiene, ignora a quien no tiene. Sin embargo, ponemos nuestras esperanzas en este mundo. “La alegría falsa es una verdadera miseria”. Cuando obtenemos algo nos parece tonto, pedimos otra cosa deseando que sea mejor, y si llegamos a obtener todos los bienes, pierden su valor y se convierten en algo vacío. Muchas veces deja el hombre todo por su vida presente, corta y al final llega para nada.
El mundo te dice: “feo soy yo”, y tu lo sigues, “duro soy yo”, y tu lo abrazas, y luego te dice: “no me quedaré contigo, y si lo estoy ahora es para un tiempo, pero no para siempre, soy capaz de quitarte todo e incapaz de hacerte feliz”. Nosotros por ser cristianos tenemos que pedir a Dios que nos dé la fuerza para vencer las tentaciones y amar la belleza de la vida que no vió ojo ni escuchó oído, que es “Dios mismo”. Y si nuestra vida es vapor que aparece un poco y luego se acaba, pondremos nuestras esperanzas en Dios, pidiendo lo que es eterno, escogiendo la vida buena para llegar a la vida eterna. Aquí hay vida buena pero no feliz y quien la vive prepara para el futuro una vida feliz, eterna. Si preguntas a una persona: ¿quieres algo malo? Te dice: ¡no! Y si no pide sino el bien, entonces tiene que ser bueno en sí mismo. Y si la verdad nos promete una vida eterna, que es “Dios”, no hay que preferir nuestra vida terrenal a esa vida eterna.
Cada ser humano quiere vivir feliz, pero nadie lo será aquí. Si desea algo y no tiene la capacidad para obtenerlo, “sufre”, y si obtiene lo que no debe buscar, “pierde”; el cansancio al final lo está siguiendo y no hay alegría con el cansancio. “la alegría es un “bien” muy importante que lo busca el bueno y el malo, y no es extraño que la tenga el bueno por su virtud, pero lo extraño es que los malos sigan libremente haciendo el mal buscándola. El que busca en su pasión su alegría se considera miserable: El avaro, el que desea la venganza, el que abusa del poder, el que calma su maldad con la desgracia de los demás… Todos éstos buscan a través de sus crímenes su alegría. Toda esa gente vuelve al buen camino si escucha la voz divina que dice: “se condenan sin darse cuenta, ese no es el buen camino, sus deseos en la alegría son seguros, pero los caminos que están agarrando son peligrosos. Si quieren de verdad buscar ese “bien” grande, vengan y caminen por aquí. El que está caminando en el mal no es feliz. Él se alegra por la esperanza, pero no lo es todavía en la realidad. No es feliz por el dolor sino porque sabe que tiene el reino de Dios que se conserva para él. Entonces, pedimos a Dios para que sea nuestro y así seremos felices. Si tienes oro, sé su dueño y no su esclavo porque Dios los creó a ustedes dos, hombre y mujer y les dió dominio sobre él. ¿Qué te falta y Dios está contigo?.
Hay dos ciudades diferentes una a la otra: Jerusalén y Babilonia. Una, desea la eternidad y la otra, lo terrenal. Una, nacida del amor de Dios y la otra, del amor del mundo. Mira el amor que está en ti para que sepas a qué ciudad perteneces. Eleva tu corazón hacia arriba y dile a Cristo que niegas todo lo que te dé si no te da a sí mismo y que te dé el don del anhelo hacia arriba siempre para que crezca a través de la Iglesia y te haga ver lo que no vió ojo, ni escuchó oídos, ni ocurrió en la mente lo que Dios preparó a su gente. Amén.