La piedad o adoración

La adoración verdadera está montada sobre el primer mandato: “amar a Dios con todo tu corazón”. Entonces, la piedad es amar a Dios y no se derrama el amor de Dios en nuestros corazones sino a través del Espíritu Santo que se dio para nosotros. La piedad o la adoración a Dios es buena y aleja de nosotros el cansancio de la vida o la alivia y nos lleva a la salvación y a la vida eterna. “Toca la puerta de la vida con la santidad de tu vida. Te la abre el Dios de la vida”. Se monta la adoración en que amas a Dios, un amor gratis y que no le pide la recompensa que deseas fuera de Él. “Él es tu recompensa”. Cuando Él da el bien a la tierra te alegras, ¿pero cuánta será tu alegría cuando te das a sí mismo? Si buscas como satisfacer a Dios, preséntale tu alma. Si sirves a Dios por el amor terrenal, tu intención no será buena. No digas: “yo rezo y me muero del hambre y otro blasfema y vive bien”. Si piensas así todavía eres “el hombre viejo”. Si quieres ser “el hombre nuevo” deseas el reino de Dios. Si lo deseas pisa la tierra y toda su gloria falsa y eleva tu corazón hacia arriba. Si estás al lado de Dios, Él te agarra para no caerte.
Aprecia a Dios, Él te apreciará. Si tu lo aprecias, no lo está haciendo mejor de lo que es.
No pides a Dios lo que Él te manda a ignorar. “La recompensa de la piedad es vida para siempre”. Amén.