Las bienaventuranzas

Decía Gandhi: “lo único que me interesó de toda la Biblia fue el sermón del monte; es lo que me hizo amar a Jesucristo”. ¡Que lástima que tantos cristianos nunca la han leído entera sino sólo a pedazos! Muchos la reducen a los versículos que leemos hoy. El sermón del monte es mucho más grande. Comprende los capítulos 5, 6 y 7.
El Concilio Vaticano II dice que el mundo sólo podrá ser “transfigurado en y con el Espíritu de la bienaventuranza”. ¿Cuántos cristianos por no haber asimilado el Evangelio vienen a ser hombres deformes que hacen muy mala propaganda a Cristo? Son una pésima fachada del Evangelio. Este sermón es el corazón del Evangelio. “Es el programa de la nueva ley; es la síntesis de las actitudes (virtudes) cristianas” (Guillet).
Jesucristo, el misionero de la felicidad: Jesús va a predicar su primer sermón. Pero Jesús no es un predicador de salón, es un predicador existencial que sabe poner el dedo en la llaga, que sabe partir de hechos de la vida. Su primer sermón lo dedica al tema más preferido y más sentido de toda la humanidad: “la felicidad”. Es interesante que la primera palabra del primer sermón sea: felicidad. Debió ser un grito estentóreo ante la enorme muchedumbre que le seguía. Grito con el que impuso silencio al público: felicidad. Palabra que la debió repetir no sólo nueve veces sino muchas veces más porque es la palabra que condensa todo el sermón. Los cristianos somos como todos los humanos buscadores de la felicidad; hemos de ser fabricantes de felicidad para nosotros y para los demás. Felicidad para todos y no sólo para la clase dirigente, los que se autodenominan aristócratas y otros los llaman opresores. En este sermón Jesús excluye radicalmente las clases sociales y por eso se inclina y muestra preferencia por los pobres. ¿No es verdad que a veces hemos querido que los pobres renuncien a la felicidad terrena para que los ricos la gocen a costa de ellos? La felicidad del Evangelio es para todos y por igual para todos. No es felicidad de unos pocos a cuenta de muchos. Eso es abuso. La ley cristiana no es que haya próstitutas para que las hijas de los ricos sean respetadas. Eso no es amor. Es desprecio del pobre. Donde hay desprecio, no hay amor. La felicidad, la riqueza, la salud es para todos y no para unos cuantos.
El por qué de la felicidad: su fundamento, su esencia: Todos andamos buscando la felicidad. Pero, ¿dónde? ¿en qué consiste la felicidad? Todos los sistemas políticos anuncian la felicidad pero siempre la anuncian para la generación venidera -la presente la consideran condenada a la infelicidad- y así son todas las utopías e ideologías. En realidad son evasiones engañosas para la humanidad, son drogas y opio para la generación presente. Por el contrario muchos ofrecen la felicidad para la hora presente. Felicidad es tomar una copa de coñac, un baile, ir a la playa, etc. ¿Y después? No nos ofrecen un seguro de felicidad. ¿Y el Evangelio: en qué hace consistir la felicidad y dónde la ubica? La felicidad exige esencialmente que sea duradera. Exige un seguro de eternidad. La muerte no es sólo un enigma humano, es la mayor amenaza para la felicidad. Sólo el miedo a que se acabe es suficiente para amargarla. El Evangelio y en él Jesús nos promete una felicidad que una vez comenzada nunca disminuye ni se acaba: el cielo eterno, la vida, el reino de Dios. La felicidad que nos promete nos asegura la inmortalidad. Nunca moriremos. Aunque nos entristece la muerte nos alegra la promesa de la futura inmortalidad. Es felicidad que abarca al alma y al cuerpo; es decir, a todo el yo humano. Esta felicidad es para el futuro, para después de la muerte. Ese después que tanto preocupa y angustia lo tenemos asegurado. Pero es además felicidad para ya, para el ahora, porque la seguridad que tenemos de lograrla nos hace sentir ya de antemano
que vamos a gozar. “El cristiano es el que trabaja por hacer felices a todos, por sembrar paz en todas partes”.

Dichosos los pobres de espíritu

A ellos es el reino de Dios. El reino de Dios vendrá pero ahora debes ser pobre de espíritu. ¿Quieres obtener el reino de Dios en el futuro? Tenemos que ver qué somos ahora y qué es ser pobre de espíritu.
El pobre de espíritu es manso, teme a la palabra de Dios, reconoce sus pecados y no se luce por sus méritos. Es quien glorifica a Dios cuando hace una buena obra y se queja de sí mismo cuando hace una mala.
Es quien no desea sino a Dios porque solamente la esperanza en él no falla. Es quien deja todo lo que tiene y sigue a Cristo, distribuyendo todo a los pobres por obediencia a Cristo y no obstaculiza su caminar ninguna cosa terrenal.
Y sin embargo muchos aparecen como ricos según el mundo, mientras se consideran pobres de espíritu. Porque se ven a sí mismos en peligro en esta vida, entonces, trabajan en ella como viajeros. Pero no hay que caer en el egoísmo si dejamos muchas cosas por Dios
Ejemplo de Pedro........No solamente dejó lo que tiene sino todo lo que anhelaba también y deseaba. La pobreza del espíritu es buena para todos, para los ricos y los pobres. Para el rico con su voluntad y sus hechos y para el pobre con su voluntad solamente.

Dichosos los mansos

Porque poseen la tierra. La mansedumbre es necesaria en el aprieto.
El manso es quien de cada bien que hace no se satisface sino en Dios y no lo aparta de Dios ningún mal que se le enfrenta.
El manso es quien deja que Dios actue en él y aprende de su sabiduría y no luce de cada buen trabajo que hace, sino que permite que se haga instrumento en la mano de Dios.
El manso es quien no busca su propia gloria sino la de Dios que aprende de él. Porque sabe que no le sirve nada aunque hizo milagros en el nombre de Dios, mientras su corazón es egoísta. Y sabe que cuando está sufriendo agobiado en su egoísmo se acerca y descansa en la humildad de Cristo. Dándose cuenta que si sufre es porque ha dejado de ser manso y humilde de corazón. Si Dios ha sido humilde, avergoncémonos de nuestro egoísmo.

Dichosos los que lloran

Desde el momento que nacemos caminamos hacia nuestro fin aquí. ¿Y quién no llora en este camino duro? El niño que nace sale al mundo del vientre de su madre, sale de la oscuridad hacia la luz y sin embargo, llora y no se ríe. Si le preguntamos porque llora, profetiza el malestar que pasará en el mundo. No puede hablar, pero profetiza con sus lagrimas el dolor que viene o por lo menos el miedo a ese dolor. Porque aunque viva después una vida buena quedará miedoso de que se resbale en su lucha frente a las tentaciones. Todos lloran pero para cada quien con su motivo. Los bienes de este mundo son duros: belleza engañosa, dolor seguro, placer inseguro, mucho cansancio, poco descanso, realidad llena de miseria y esperanza vacía de felicidad. Infeliz el corazón que se amarra en el amor de todas las vanidades. Dichosos los que lloran porque no aceptan las injusticias, porque no acepten la desigualdad. Lloran por el mal rumbo del mundo, lloran porque quieren, buscan y trabajan por un mundo mejor. Esos son dichosos porque serán consolados.

Dichosos los hambrientos

A la santidad. El hombre come, se llena y luego siente hambre de nuevo. Necesita ser llenado por estar hambriento y sediento; entonces, que sea en nosotros, esa hambre y sed, hacia la santidad. El hombre interno es hambriento y sediento y en la realidad tiene su alimento. La confesión de nuestro pecado es el comienzo de nuestra santidad. El hambre hacia la santidad comienza cuando dejamos de defender nuestros pecados y llega a la cumbre cuando la pasión deja de jalarnos detrás de ella, deja la pelea entre la carne y el espíritu, y obtiene la corona de la gloria. Ahí llega la santidad a la perfección. Entonces, tenemos que amar a la santidad y tener hambre hacia ella. ¿Y si el pecado tiene su placer, no tendrá lo suyo la santidad?

Dichosos los misericordiosos

Haz y será. Haz a los demás para que sea para ti lo que les hiciste. El hombre está lleno de los bienes terrenales y necesitado de los bienes eternos. Escucha al pobre pidiéndole y él mismo pide a Dios. Se le pide y pide. Dios nos trata como tratamos a los que nos piden. Somos llenos y vacíos al mismo tiempo. Llenamos a los que no tienen para llenarnos de Dios. Lo que hacemos aquí en la tierra es muy beneficioso para nosotros: damos al pobre que nos pide y a través de él entramos al reino divino. Las obras de misericordia son la semilla de la cosecha que viene. Sembramos aquí para cosechar allá. Pero lo que damos aquí es muy poco, mientras lo que vamos a obtener es mucho porque es la vida eterna. Dios no nos necesita pero hay un hermano que nos necesita. Da y Dios te da.
La misericordia, la humildad, la confesión, el amor y la paz son las ofrendas más aceptadas donde Dios.

Dichosos los puros de corazón

Porque verán a Dios. Lo primero que tenemos que hacer es sanar el ojo del corazón para poder ver a Dios. Este es el objetivo de los sacramentos y la predicación, y todo los que nos presentan los libros sagrados tiene un solo objetivo: purificar la visión interna que prohibe ver a Dios. Y cuando llegamos a ver a Dios, ¿qué podemos buscar o pedir si Dios está presente? ¿Y qué nos basta si Dios no nos basta? Si deseamos ver a Dios, tenemos que prepararnos para verlo. Porque si hablamos y actuamos según el cuerpo, ¿cómo podremos ver la luz del sol con ojos enfermos? Tienen que ser sanos para alegrarse de la luz del sol porque sino la luz será dolor para ellos. Nunca se nos permitirá ver con corazón impuro lo que no se ve sino con corazón puro.
Dios nos dio ojos corporales y ojos espirituales, pero el hombre se inclina a amar más a los corporales e ignora los espirituales. Y si no sanamos nuestros ojos internos espirituales, si Dios decide aparecerse a nosotros, será para nosotros un motivo de dolor. Cuando Adán estaba bien se alegraba de la presencia de Dios, pero cuando pecó y fueron heridos sus ojos internos, escapó y se escondió detrás de los árboles, huyó de la verdad hacia la sombra.

Dichosos los operadores de paz

La perfección está en la paz donde todo es aceptable. Por eso los operadores de la paz son llamados hijos de Dios. Nada va en contra de Dios y los hijos deben parecerse a su padre. Los operadores de paz en sus almas son quienes controlan todos sus inclinaciones espirituales, psicológicas y las dominan bajo la mente; o sea, para el pensamiento y el espíritu. Y así cuando controlan y dominan todo lo que es menos que ellos y ellos se dominan por el más grande de ellos, que es Dios. En la realidad no podemos dominar a quienes son menos que nosotros sino nos dominamos para quien es más grande y alto que nosotros. Y esa es la paz que da Dios y esa es la vida del hombre perfecto, buena.
Si no amamos la santidad no tendremos paz porque la paz y la santidad se aman y se abrazan. Pero la justicia también es amiga de la paz. Si no amas a la amiga de la paz no te amará la paz. Si preguntamos a la gente si quieren la paz, todos responden que sí. Y donde está la grandeza de que el hombre desea la paz, hasta el malo la desea. Pero las obras de la santidad y la paz no se ponen en desacuerdo sino siempre en acuerdo. Entonces, hay que amar al prójimo si amamos la paz porque quien ama al prójimo lo soporta, más bien aguanta todo para mantener la unión.
La paz no juzga lo que no es seguro y no confirma lo que es desconocido. El verdadero amigo de la paz es quien es amigo de sus enemigos y está siempre inclinado a creer en el hombre de bien no malo.

Dichosos los perseguidos

Muchos se examinan y reciben el mismo castigo, mientras el motivo es diferente. Ladrones, matones y mártires soportan muchos dolores pero el castigo no hace al mártir
sino la causa. Debemos trabajar por una buena causa hasta que dejemos el mundo. Pero hay que escoger la causa sin preocuparse del castigo. Por el contrario si no escogemos la causa sufriremos aquí y allá.
Nunca hay que temer por los sufrimientos que nos amenazan los malos, los enemigos de la paz, de la verdad, que no mueren por la verdad sino por la falsedad.
El día que sufríó nuestro Señor entre dos ladrones, no los separó entre ellos el dolor sino el motivo. El autor de los salmos dijo: diferencia mi causa porque los buenos y los malos sufren. Nunca hay que buscar la gloria en el dolor sino primero el motivo del dolor.
Así que debemos escoger para nosotros una buena causa sin preocuparnos por los dolores porque así obtendremos la gloria.