
La Consagración en la Santa Misa ha sido y es la piedra de toque de la fe cristiana. "Convertida la sustancia o naturaleza del pan y del vino en el Cuerpo y la Sangre de Cristo, no queda ya nada de pan y de vino, sino las dos especies: Bajo ellas Cristo entero está presente en su realidad física, aún corporalmente, aunque no del mismo modo como los cuerpos están en su lugar".
En la Sagrada Comunión se nos entrega el mismo Cristo, perfecto Dios y perfecto Hombre; misteriosamente escondido, pero deseoso de comunicarnos la vida divina. Su Divinidad actúa en nuestra alma, mediante su Humanidad gloriosa, con una intensidad mayor que cuando estuvo aquí en la tierra. Oculto bajo las especies sacramentales, Jesús nos espera, y le decimos: Tú eres nuestro Redentor, la razón de nuestro vivir.
La Comunión sustenta la vida del alma de modo semejante a como el alimento corporal sustenta al cuerpo: mantiene al cristiano en gracia de Dios librando el alma de la tibieza, y ayuda a evitar el pecado. La Sagrada Eucaristía también aumenta la vida sobrenatural, la hace crecer y desarrollarse, y deleita a quien comulga bien dispuesto. Nada se puede comparar a la alegría de la cercanía de Jesús, presente en nosotros. Jesús nos espera cada día. Si se lo pedimos, la Santísima Virgen nos ayudará a ir a la Comunión mejor dispuestos cada día.