Amigos de Jesus


Jesús llama amigos íntimos a nosotros; hemos sido invitados a participar del banquete figura del Reino de los Cielos. El Señor quiso ser ejemplo de amistad verdadera y estuvo abierto a todos con ternura y afecto. Jesús nos llama amigos. Y nos enseña a acoger a todos, y a ampliar y desarrollar nuestra capacidad de amistad. Y sólo lo aprenderemos si lo tratamos en la intimidad de la oración, en nuestra amistad con Él.


Jesús tuvo amigos de todas las clases sociales y en todas las profesiones: eran de edad y de condición bien diversa. Jesús amaba a sus amigos. Cuando llegó a Betania, Lázaro había muerto, y ante la sorpresa de todos, Jesús comenzó a llorar. Decían entonces los judíos: Mirad cómo le amaba.

Jesús llora lágrimas de hombre; no permanece impasible ante el dolor de quienes ama, de sus amigos. Nosotros no tenemos nada más valioso que la amistad con Jesucristo, y de Él aprendemos a tener muchos amigos, aprovechando las relaciones de vecindad, de trabajo, de estudio. El cristiano está siempre abierto a los demás. El afán apostólico, para llevar a nuestros amigos al Amigo, y las virtudes humanas de la convivencia nos ayudarán a encontrar puntos de unión y entendimiento con los demás y sabremos prescindir de lo que desune.


Un amigo fiel es poderoso protector; el que lo encuentra halla un tesoro. Nada vale tanto como un amigo fiel: su precio es incalculable. Cuando encontramos un amigo debemos cultivar su amistad por encima del tiempo, de las distancias, de todo aquello que tienda a separar. La amistad requiere que cuidemos al amigo, de nuestra corrección si lo necesita, de ayudarle en la adversidad, de rezar por él.

Si miramos a Cristo aprenderemos a ser buenos amigos: Él dio su vida por cada uno de nosotros. No dejemos de dar a nuestros amigos lo mejor que tenemos: el amor a Jesús.