Todo el que se acerca arrepentido a Cristo, y con deseos de volver a empezar, es acogido y perdonado
JESÚS LLAMA A LA CONVERSIÓN PARA SACAR AL HOMBRE DEL PECADO
San Mateo, en el Sermón del Monte, recoge toda una serie de llamadas de Jesús a la nueva conducta, que será el fruto de la conversión. Pero lo primero que deja claro el Señor es que no ha venido a suprimir la Ley o los profetas, sino a darles cumplimiento.«Os aseguro que antes pasarán el cielo y la tierra que deje de cumplirse hasta la última letra o tilde de la Ley. El que se salte uno solo de los preceptos menos importantes, y se lo enseñe así a los hombres, será el menos importante en el Reino de los Cielos. Pero quien los cumpla y enseñe, será grande en el Reino de los Cielos» (5, 18-19)
Por tanto, la conversión personal que pide Jesús, exige la disposición de cumplir los MANDAMIENTOS. Jesús hace referencia a algunos de los preceptos contenidos en la ley que podían haber sido tergiversados por los escribas y fariseos. Así, explicando el quinto precepto, dirá que no basta con no matar, sino que es pecado pelearse con el hermano, llamarle imbécil o renegado (cfr. 5, 21-22)
Aclara Jesús también, que no sólo el que comete adulterio, sino el que mira a una mujer casada deseándola, ya ha sido adúltero en su interior. Y asimismo rechaza el divorcio y deja claro que el que se casa con una divorciada, comete adulterio (cfr. 5, 27-28; 31-32; 19, 1-12; Mc. 10, 1-12)
También predica claramente el Señor que no sólo se ha de evitar el pecado, sino la ocasión de pecado (cfr. 5, 29-30) y el escándalo (cfr. 18, 6-10)
Censura Jesús la llamada ley del talión, que inducía a la venganza y a tomarse la justicia por la propia mano (cfr. 5, 38ss)
Rechaza de plano Jesucristo la conducta llena de vanagloria del que hace cosas buenas, como dar limosna, para ser visto de los hombres (cfr. 6, 2-4). Un pecado fustigado duramente por Jesús es la avaricia y toda forma de preocupación excesiva por el futuro (cfr. 6, 10-34)
En la predicación del Señor hay constantes llamadas a cumplir los deberes para con el prójimo. Esos deberes comienzan por no juzgarle (cfr. 7, 1-5) y continúan por respetar su fama, su hacienda, etcétera. También deja claro Jesús que no sólo son pecado los actos externos, sino lo que sale del corazón, si es malo, porque también mancha al hombre:
«Porque del corazón salen los designios perversos, los homicidios, adulterios, inmoralidades, robos, testimonios falsos, calumnias» (15, 19)
Otro de los pecados duramente denunciado por Jesús es cualquier tipo de soberbia u orgullo, el afán de sobresalir o de imponerse a los demás, el considerarse mejor que otros, etc. (cfr. 18, 1-5; 20. 20-27; Lc. 18, 9-14)
Quizá el tono más fuerte de condena del pecado lo tienen las palabras de Jesús con las que recrimina la hipocresía de los escribas y fariseos (cfr. 23, 1-33) Es natural que sea así porque ellos se presentaban y eran tenidos por los maestros de la Ley.
Esta enumeración no es completa, pero da una idea suficiente de lo que aquí se ha de resaltar: JESUS PREDICA LA CONVERSION PARA SACAR AL HOMBRE DE LA SITUACION DE PECADO EN QUE SE ENCUENTRA. Esta situación procede del pecado de origen, cometido por nuestros primeros padres en el paraíso y a él se añaden los pecados personales de los hombres, que a pesar de tener la ley moral inscrita en sus corazones o, en el caso de Israel, tenerla promulgada por el mismo Dios, sin embargo, hacen el mal, en uso de la libertad moral que les dio el Creador.
JESÚS ANUNCIA EL PERDÓN Y LA SALVACIÓN
Como hemos visto, Jesucristo en su predicación denunció muchas veces los pecados de los hombres. Su mensaje no acepta ninguna componenda con el pecado, porque el pecado es ofensa y falta de amor a Dios. Por ello echa en cara los pecados a los fariseos y a los escribas; también se los recrimina a los publicanos y pecadores y a los mercaderes del templo y a Pilatos.
Nunca deja de hablar con claridad y valentía para que nadie pueda aducir en su descargo que vive en la ignorancia. Pero esa denuncia de los pecados siempre lleva consigo la promesa del perdón y de la salvación. Jesucristo es el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo. Todo el que se acerca arrepentido a Cristo, y con deseos de volver a empezar, es acogido y perdonado.
LA CONVERSIÓN, CAMINO DE LA ALEGRÍA
La parábola del hijo pródigo expresa de manera sencilla, pero profunda la realidad de la conversión. Esta es la expresión más concreta de la obra del amor y de la presencia de la misericordia en el mundo humano. El significado verdadero y propio de la misericordia en el mundo no consiste únicamente en la mirada, aunque sea la más penetrante y compasiva, dirigida al mal moral, físico o material: la misericordia se manifiesta en su aspecto verdadero y propio, cuando revalida, promueve y extrae el bien de todas las formas de mal existentes en el mundo y en el hombre. Así entendida, constituye el contenido fundamental del mensaje mesiánico de Cristo y la fuerza constitutiva de su misión. Así entendían también y practicaban la misericordia sus discípulos y seguidores. Ella no cesó nunca de revelarse en sus corazones y en sus acciones, como una prueba singularmente creadora del amor que no se deja «vencer por el mal», sino que «vence con el bien al mal»
(Juan Pablo II, DM, 6)
El Papa Juan Pablo II nos enseña a fijarnos en los aspectos más profundos de la CONVERSIÓN
- Ante todo, la conversión de los pecadores es una obra de la misericordia divina.
- Dios no sólo se compadece del pecador, sino que saca el bien del mal.
- Y esto es lo principal que hace Jesucristo.
En efecto, Jesucristo ha traído a los pecadores, sobre todo, la Buena Noticia de que han sido perdonados, es decir, que pueden participar de nuevo del amor de Dios.
Entre los muchos ejemplos que encontramos en los evangelios, resaltan una parábola, la del hijo perdido y encontrado (hijo pródigo) y el perdón de la pecadora en casa del fariseo Simón.
a) Parábola del Hijo pródigo. San Lucas transmite esta parábola de Jesús en que se muestra maravillosamente tanto el proceso de la conversión del pecador como la actitud misericordioso de Dios.
El pecado del hijo menor que describe Jesús incluye prácticamente la transgresión de todos los mandamientos. Jesús describe su arrepentimiento, no como el más perfecto, por haber ofendido a su padre, sino porque se siente necesitado, y en su estado angustioso se da cuenta de su error. Pero decide volver a la casa paterna y pedir perdón. Y eso basta para que su padre -simbolizando en la parábola a Dios- no sólo le perdone, sino que le devuelva su dignidad anterior, e incluso se la aumente, «porque éste mi hijo estaba muerto y revivió, estaba perdido y fue hallado» (Lc. 15, 24) poniéndole el anillo de la reconciliación en una gran fiesta.
Ya en otras parábolas dice que: «Habrá en el cielo mayor gozo por un solo pecador que se arrepienta que por noventa y nueve justos que no tienen necesidad de penitencia» (Lc. 15, 7)
b) Conversión de la pecadora. La enseñanza de Jesús no se reduce a las palabras, sino que también la vemos en los hechos.
Jesús es invitado a comer en casa de un fariseo, y de improviso «se presenta una mujer que era conocida como pecadora; la cual, enterándose que comía en casa del fariseo, tomó consigo un frasco de alabastro lleno de perfume, y puesta detrás junto a sus pies, llorando, comenzó con sus lágrimas a bañarle los pies, y con los cabellos de su cabeza se los enjugaba, y le besaba fuertemente los pies y se los ungía con el perfume» (Lc. 7, 37-39) Sin necesidad de palabras, la mujer pide ayuda y muestra sus deseos de salir de su situación. La respuesta de Jesús ante la sorpresa de los convidados y del fariseo que le había invitado es de una gran claridad: «le son perdonados sus muchos pecados porque amó mucho. Mas a quien poco se le perdona, poco ama Tu fe te ha salvado; vete en paz» (Lc, 7, 47-50)
Además de la fe, Jesús indica el fundamento de la conversión de aquella mujer que alcanza el perdón: el amor.
Es evidente el paralelismo entre la parábola del hijo pródigo y la conversión de la mujer pecadora. Jesús, una vez rechazada la vida del pecado y comenzado el camino hacia Dios, se vuelca para inundar de luz, de esperanza y de amor al que se convierte. La consecuencia de la conversión es la ALEGRÍA. Esta alegría aparece maravillosamente expresada en las parábolas «de la misericordia»
El que encuentra la oveja perdida «se la carga sobre los hombros, muy contento; y al llegar a casa reúne a los amigos y a los vecinos para decirles: ¡Felicitadme!, he encontrado la oveja que se me había perdido. Os digo que así también habrá más alegría en el cielo por un solo pecador que se convierta, que por noventa y nueve justos, que no necesitan convertirse» (Lc. 15, 5-7)
Lo mismo se dice de la mujer que encuentra la moneda perdida.
Y el padre que recupera al hijo perdido «dijo a sus criados: Sacad enseguida el mejor traje, y vestidlo; ponedle un anillo en la mano y sandalias en los pies; traed el ternero cebado y matadlo, celebremos un banquete (…)» Y añadirá, dirigiéndose al hijo mayor: «deberías alegrarte porque este hermano tuyo estaba muerto y ha resucitado, estaba perdido y lo hemos encontrado» (Lc. 15, 22-24. 32).
Pbro. Dr. Enrique Cases