El Juicio final revelará hasta sus últimas consecuencias lo que cada uno haya hecho de bien o haya dejado de hacer durante su vida terrena. El resultado de este juicio es claro e irreversible; nos damos cuenta de que ésta es la gran asignatura que debemos aprobar, el gran examen que hemos de pasar al final de nuestra vida. Además, no hay examen de recuperación. Vale la pena, por tanto, que nos preparemos muy bien para ese momento. En realidad, es lo único que vale la pena; pues si al final no nos salvamos, ¿qué ganancia en la tierra nos puede compensar la eternidad?
Pero Jesús, ¿qué nos va a preguntar cuando le tengamos que rendir cuentas de nuestra vida? El temario es claro: Amarás a Dios sobre todas las cosas y al prójimo como a ti mismo (Mateo 22, 37-39). Y más en concreto, por temas: tuve hambre y me distes de comer; tuve sed... Porque todo lo que hagamos a otra persona, es como si lo hiciéramos a Cristo. ¿Queremos un secreto para ser felices? Dar y servir a los demás, sin esperar que nos lo agradezcan. Servir a los demás no es sólo prepararse para ganar el cielo; es ganar el cielo ya aquí, en la tierra. Servir es sinónimo de ser feliz.