Jesús no puede ser más claro sobre el destino del hombre una vez acabado su paso por la tierra: "los que hayan hecho el bien saldrán a una resurrección de la vida; los que hayan hecho el mal a una resurrección de juicio." No hay un destino común, una amnistía general decretada por la misericordia infinita de Dios. Cada hombre, después de morir; recibe en su alma inmortal su retribución eterna en un juicio que refiere su vida a Cristo, bien a través de una purificación, bien para entrar inmediatamente en la bienaventuranza del cielo, bien para condenarse inmediatamente para siempre.
No hay amnistía, no porque a Cristo le falte misericordia, sino porque nuestro destino es una consecuencia necesaria de nuestra libertad, de nuestros actos libres, que habrán aprovechado más o menos las gracias que Jesús nos ha ido enviando.
Jesús, cuando nos juzgue, lo que hará es ver cómo hemos cumplido la voluntad de Dios. Ya no es tiempo de dar más gracias, ni de perdonar. Una vez muerto, ya no puede hacer nada más que juzgar. Y Su juicio, a la vez que misericordioso, será justo: "mi juicio es justo dice el Señor".
Que nos demos cuenta de lo que nos estamos jugando en esta tierra. Que seamos conscientes de que el cielo y el infierno no son cuentos para asustar a los niños. Que sentamos la responsabilidad de salvar a otras almas: a todas las almas. Pero, primero, la nuestra; si no, tampoco podremos ayudar a los demás.