La soberbia

La soberbia, pecado capital que se opone a la humildad, es lo más contrario a la vocación que hemos recibido del Señor, lo que más daño hace a la vida familiar, a la amistad, lo que más se opone a la verdadera felicidad. Es el principal apoyo con que cuenta el demonio en nuestra alma para destruir la obra que el Espíritu Santo trata incesantemente de edificar. La humildad se fundamenta en la verdad: es infinita la distancia entre la criatura y el Creador.

"Nada tiene que ver la humildad con la timidez o con una vida mediocre y sin aspiraciones. La humildad descubre que todo lo bueno que existe en nosotros, tanto en el orden de la gracia, pertenece a Dios, porque de su plenitud hemos recibido todo" (1 Corintios 12, 3), y tanto don nos mueve al agradecimiento.

¿Cómo hemos de llegar a la humildad? "Por la gracia de Dios". Por eso, hemos de desearla y pedirla incesantemente. Andamos el camino de la humildad cuando aceptamos las humillaciones, pequeñas o grandes, y cuando aceptamos los propios defectos procurando luchar con ellos. Quien es humilde no necesita demasiadas alabanzas y elogios en su tarea, porque el Señor es de modo real y verdadero, la fuente de todos sus bienes y felicidad.

Aprendemos a ser humildes meditando la Pasión de Nuestro Señor, considerando su grandeza ante tanta humillación. Aprenderemos a caminar en el sendero de la humildad si nos fijamos en María, la Esclava del Señor, la que no tuvo otro deseo que el de hacer la voluntad de Dios.