Cuántas veces Cristo se queja de la incredulidad de la gente: "Si no ven signos y prodigios, no creen". Y, aun viendo los milagros, no quieren reconocerlo como el Hijo de Dios.
Es fácil creer cuando se ve un milagro tan patente. Pero no es esta fe la que produjo el milagro. No es la fe posterior a la curación, sino la fe anterior en Cristo. Debemos tener fe para que crean realmente que Él es Dios, y que Su Palabra es la Verdad, porque no podemos engañarlo ni engañarnos. Y que, fiados de Su Palabra, nos decidamos a seguirlo más de cerca; porque sólo Él busca lo mejor para nosotros, lo que nos va a hacer más feliz. Pero hemos de creer "antes" y demostrarlo con hechos
-oración, trabajo, servicio- para enamorarnos de Él y afianzarnos en la fe. No vale decir: haré más cuando lo sienta o cuando vea los resultados. Aquel hombre de Cafarnaún caminó todo un día para pedirle el milagro a Jesús. No se quedó esperando hasta que pasara por su casa. Eso es fe. Dios es el de siempre. Hombres de fe hacen falta.
Si a veces no vemos más milagros espirituales, si a veces no somos capaces de atraer a la vida cristiana ni a los de nuestra propia casa, es porque nos falta fe. Hombres de fe hacen falta. Hombres y mujeres como Pablo o como la Magdalena. Y el mundo volverá a ser cristiano, con una mayor madurez y con una extensión como nunca en la historia.