El apostolado

En Atenas, San Pablo predica la esencia de la fe cristiana teniendo en cuenta la mentalidad y la ignorancia de los oyentes, pero sin omitir verdades fundamentales, y no adaptaba la doctrina, deformándola, para hacerla más "comprensible". Este pasaje nos recuerda que el cristiano ha de enseñar la doctrina de Cristo, la única que salva, y no la más popular, la que podría tener "éxito" en sentido humano, la que podría estar en concordancia con la moda del momento o con los gustos de los tiempos o de los pueblos.

Los Apóstoles predicaron la integridad de la doctrina y así lo ha hecho la Iglesia a través de los siglos. Quien anuncia a Cristo tendrá que acostumbrarse a ser impopular en ocasiones, a ir contra corriente, sin ocultar los aspectos de la doctrina de Cristo que resultan más exigentes.

Nos pide el Señor que sembremos sin descanso y que experimentemos la alegría del labrador, seguro de que ya brotará algún día la semilla que arrojó, aunque en ocasiones no seamos nosotros los que veremos el resultado. El Señor, de forma insospechada, hace fructificar nuestra oración y nuestros esfuerzos: Mis elegidos no trabajarán en vano (Isaías 65, 23).

La constancia y la paciencia, ambas manifestaciones de la virtud de la fortaleza, son virtudes esenciales para el apóstol. El impaciente contrasta abiertamente con la figura paciente de Cristo que sabe esperar antes de la conversión del pecador.

El Evangelio nos muestra cómo las mujeres siguen y sirven al Señor, cómo están al pie de la Cruz y son las primeras junto al sepulcro vacío. No encontramos en ellas el menor signo de hipocresía en el trato con el Señor, ni injurias ni deserciones. "La mujer está llamada a llevar a la familia, a la sociedad civil, a la Iglesia, algo característico que le es propio: su delicada ternura, su generosidad incansable, su amor por lo concreto, su agudeza de ingenio, su capacidad de intuición, su piedad profunda y sencilla, su tenacidad...

La Iglesia espera de la mujer un compromiso y un testimonio a favor de todo aquello que constituye la verdadera dignidad de la persona humana y su felicidad más profunda. A la Virgen le pedimos por los frutos de esa labor de la mujer en la familia, en la sociedad y en la Iglesia.