El amor a Dios

El pueblo elegido sabía perfectamente la existencia de un único Dios, verdad conocida por la luz natural de la razón. Sin embargo, al ponerse en contacto con naciones paganas, cuyo poder, riqueza y cultura, muy superior a las de ellos, les atraía y deslumbraban sus ídolos, lo cuál era para ellos una tentación constante, y una causa frecuente de su alejamiento del Dios verdadero, el que les sacó de la tierra de Egipto.

Muchos hombres civilizados de nuestros días, nuevos paganos, levantan ídolos mejor construídos y más refinados que se presentan bajo capa de "progreso" o que proporcionan más material, bienestar, más placer, más comodidad... con un completo olvido de su ser espiritual y de su salvación eterna: su Dios es el vientre, y su gloria la propia vergüenza, pues ponen el corazón en las cosas terrenas. Es la idolatría moderna, a la que se ven tentados también muchos cristianos,olvidando el inmenso tesoro de su fe, la riqueza del amor a Dios.

Son muchas las razones que nos mueven a amar a Dios: nos sacó de la nada y Él mismo nos gobierna, nos facilita las cosas necesarias para la vida y el sustento...nos elevó al orden de la gracia al redimirnos del poder del pecado por la Muerte y Pasión de su Hijo Unigénito, nos dio la dignidad de ser hijos suyos y templos del Espíritu Santo.

Se falta al amor a Dios cuando no se le da el culto debido, cuando no se ora o se ora mal, en las dudas voluntarias contra la fe, la lectura de libros o revistas que atentan a la fe o a la moral, al dar crédito de supersticiones o doctrinas que se presentan como científicas que se oponen a la fe, ambas fruto de la ignorancia; al exponerse o exponer a los hijos, a aquellas personas que tenemos a nuestro cuidado, a influencias dañinas para la fe o la moral; al desconfiar de Dios, de su poder o de su bondad. Nosotros queremos tener puesto el corazón en el Señor y en las personas, y en las tareas que realizamos por Él y con Él.

El amor a Dios abarca todos los aspectos de la vida del hombre y tiene muchas manifestaciones: si le damos el culto que le es debido, a través de nuestro trabajo bien hecho, del cumplimiento fiel de nuestros deberes en la familia, en la empresa, en la sociedad; con nuestra mente, con el corazón, con el porte exterior, propio de un hijo de Dios. El amor a Dios, y el verdadero amor al prójimo, se alimenta en la oración y en los sacramentos, en la lucha por superar nuestros defectos, en mantenernos en Su presencia a lo largo del día. Pensemos en qué tenemos el corazón a lo largo del día.