La parábola del Buen Samaritano es uno de los relatos más bellos y entrañables de los Evangelios. En ella, el Señor nos enseña quién es nuestro prójimo y cómo se ha de vivir la caridad con todos. Muchos Padres de la Iglesia y escritores antiguos identifican a Cristo con el Buen Samaritano. Jesús, movido por la compasión y la misericordia, se acercó al hombre, a cada hombre, para curar sus llagas, haciéndolas suyas.
Toda su vida en la tierra fue un continuo acercarse al hombre para remediar sus males materiales o espirituales. Esta misma compasión hemos de tener nosotros, de tal manera que nunca pasemos de largo ante el sufrimiento ajeno. Aprendamos de Jesús a pararnos, sin prisas, ante quien, con las señales de su mal estado, está pidiendo socorro físico o espiritual. En la caridad atenta, los demás verán a Cristo mismo que se hace presente en sus discípulos.
Jesús nos enseña en esta parábola que nuestro prójimo es todo aquel que está cerca de nosotros sin distinción de raza, de afinidades políticas, de edad... y necesita nuestro socorro.
El Maestro nos ha dado ejemplo de lo que debemos hacer nosotros: una compasión efectiva y práctica, que pone el remedio oportuno, ante cualquier persona que encontremos lastimada por el camino de la vida. Estas heridas pueden ser muy diversas: lesiones producidas por la soledad, por la falta de cariño, por el abandono; necesidades del cuerpo: hambre, vestido, casa, trabajo... la herida profunda de la ignorancia; llagas producidas en el alma por el pecado, que la Iglesia cura con la Confesión. Debemos poner todos los medios para remediar esas situaciones como Cristo lo haría, con verdadero amor, poniendo en ello el corazón.
Buen samaritano es todo hombre que se para junto al sufrimiento de otro hombre. Dios nos pone al prójimo con sus necesidades y carencias en el camino de la vida, y el amor hace lo que la hora y el momento exigen. A todos hemos de acercarnos en sus necesidades, pero, porque la caridad es ordenada, debemos dirigirnos de modo muy particular a quienes están más próximos porque Dios los ha puesto: familia, amigos, compañeros...o porque ha querido a través de las circunstancias de la vida que pasemos a su lado para cuidarles.
Después de aconsejar que no indaguemos por qué otros no lo han hecho, especialmente si son heridas del alma, San Juan Crisóstomo dice: "Has de saber que cuando encuentras a tu hermano herido, has encontrado algo más que un tesoro: el poder cuidarle".