La Navidad es una llamada a la pureza interior. Todo el que mire hacia Belén podrá contemplar a Jesús Niño, acompañado de María y de José; todo el que mire con corazón puro, porque Dios sólo se manifiesta a los limpios de corazón. Sin embargo, muchos hombres serán insensibles a esta fiesta, porque están ciegos para lo esencial: tienen el corazón lleno de cosas materiales o de suciedad y de miseria.
La impureza también provoca insensibilidad para la compasión por las desgracias de los hombres. De un corazón puro nace la alegría, una mirada penetrante para lo divino, la confianza en Dios, el arrepentimiento sincero, el propio conocimiento y de nuestros pecados, la verdadera humildad, y un gran amor a Dios y a los demás. El Señor llama bienaventurados y felices a quienes guardan su corazón. Y ésta es tarea de cada día.
¡Con qué cuidado hemos de guardar el corazón! Porque tiende a apegarse desordenadamente a personas y cosas. Unas veces pueden ser cosas buenas en sí mismas, pero se tornan desordenadas por egoísmo o falta de rectitud de intención. Muchas veces serán pequeños caprichos, faltas habituales de templanza, falta de dominio del carácter, excesiva preocupación por las cosas materiales... Cosas que hay que cortar porque dejan el alma sumida en la mediocridad. Como no se arrancan de una sola vez, exigen una disposición constante de lucha alegre.
La Confesión frecuente y el examen diario nos ayudan a mantener el alma limpia y dispuesta para contemplar al Niño Jesús a pesar de nuestras flaquezas.
Los limpios de corazón verán a Dios. Si está limpio el corazón sabremos reconocer a Cristo en la intimidad de la oración, en medio del trabajo, en los acontecimientos de nuestra vida ordinaria. La falta de pureza interior no nos dirán nada o se interpretan torcidamente.
La contemplación de Dios nos obliga dichosamente a vivir hacia dentro, a guardar los sentidos, a no dejar las pequeñas mortificaciones. Este recogimiento interior es compatible con el trabajo intenso y la vida social. Hay que pedir con humildad esta vida contemplativa. Algún día podremos contemplar a Dios, a quien hemos procurado servir toda nuestra vida. Y también contemplaremos a Santa María, quien nos ayudará a conservar la pureza de nuestro corazón en esta vida.