La virtud de la prudencia

Jesús se admiró de la fe y de la audacia de los hombres que hicieron un agujero en el techo en donde Él se encontraba, para descolgar por ahí, la camilla del amigo paralítico para ponerlo delante del Señor.

Por las virtudes de los amigos y la humildad del paralítico que se ha dejado ayudar, realizó un gran milagro: el perdón de los pecados del enfermo y la curación de su parálisis. Los cristianos somos instrumentos para que el Señor realice verdaderos milagros en nuestros amigos. Necesitamos de una gran fe en el Maestro, de esperanza y optimismo. Como a los amigos del paralítico, nada debe importarnos lo que piensen los demás, solamente el juicio de Dios. Lo único importante es poner a nuestros amigos a los pies del Señor, y Él hará el resto.

Estos cuatro amigos ejercitaron en su tarea la virtud de la prudencia, que lleva a buscar el mejor camino para lograr su fin. Dejaron a un lado la falsa "prudencia", la que llama San Pablo prudencia de la carne, que fácilmente se identifica con la cobardía, y equivale al disimulo, la hipocresía, la astucia, el cálculo interesado y egoísta, que mira principalmente el interés material.

La amistad ha sido, desde los comienzos, el cauce natural por el que muchos han encontrado la fe en Jesucristo y la misma vocación a una entrega más plena. Es un camino natural y sencillo que elimina muchos obstáculos y dificultades. ¿Es nuestra amistad un cauce para que otros se acerquen a Cristo?

Necesitamos también de otras virtudes humanas para el apostolado: fortaleza ante los obstáculos; constancia y paciencia, porque las almas, como la semilla, tardan a veces en dar su fruto; audacia, para proponer metas más altas que nuestros amigos no vislumbraban por sí mismos; veracidad y autenticidad, sin las cuales es imposible que exista una verdadera amistad.

Nuestro mundo está necesitado de hombres y mujeres de una pieza, ejemplares en sus tareas, sin complejos, sobrios, serenos, profundamente humanos, firmes, comprensivos e intransigentes en la doctrina de Cristo, afables, justos, leales, alegres, optimistas, generosos, laboriosos sencillos, valientes..., para que así sean buenos colaboradores de la gracia, pues "el Espíritu Santo se sirva del hombre como de un instrumento" (SANTO TOMÁS). Cuando nos encontremos cerca del Sagrario pidamos para nosotros esas virtudes y no dejemos de hablar al Señor de nuestros amigos.