Jesús nos enseña que el camino que conduce a la Vida, a la santidad, consiste en el pleno desarrollo de la vida espiritual. Ese crecimiento, a veces difícil y lento, es el desarrollo de las virtudes. La santificación de cada jornada comporta el ejercicio de muchas virtudes humanas y sobrenaturales. Las virtudes exigen para su crecimiento repetición de actos, pues cada una de ellos deja en el alma una disposición que facilita el siguiente.
El ejercicio de las virtudes nos indica en todo momento el sendero que conduce al Señor. Un cristiano que con la ayuda de la gracia, se esfuerza en alcanzar la santidad, se aleja de las ocasiones de pecado, resiste con fortaleza las tentaciones, y es consciente de que la vida cristiana le exige el desarrollo de las virtudes, la purificación de los pecados y de las faltas de correspondencia a la gracia en la vida pasada. La Iglesia nos invita especialmente en este tiempo de Cuaresma a crecer en las virtudes: hábitos de obrar el bien.
Aunque la santificación es enteramente de Dios, en su bondad infinita, Él ha querido que sea necesaria la correspondencia humana, y ha puesto en nuestra naturaleza la capacidad de disponernos a la acción sobrenatural de la gracia. Mediante el cultivo de las virtudes humanas disponemos nuestra alma a la acción del Espíritu Santo.
Las virtudes humanas son el fundamento de las sobrenaturales. "No es posible creer en la santidad de quienes fallan en las virtudes humanas más elementales". Las virtudes forman un entramado: cuando se crece en una, se adelanta en todas las demás. Y "la caridad es la que da unidad a todas las virtudes que hacen al hombre perfecto". Hoy podemos preguntarnos: ¿aprovechamos verdaderamente las incidencias de cada día para ejercitarnos en las virtudes humanas y, con la gracia de Dios en las sobrenaturales?
El Señor no pide imposibles. Él dará las gracias necesarias para ser fieles en las situaciones difíciles. Y la ejemplaridad que espera de todos será en muchas ocasiones el medio para hacer atrayente la doctrina de Cristo y reevangelizar de nuevo el mundo. Con nuestra vida que puede tener fallos, pero que no se conforma a ellos, debemos enseñar que las virtudes cristianas se pueden vivir en medio de todas las tareas nobles; y que ser compasivos con los defectos y errores ajenos no es rebajar las exigencias del Evangelio.