LA ACCION DEL ESPIRITU SANTO


Vivimos rodeados de regalos de Dios. Fue sobretodo en el momento de nuestro Bautismo cuando nuestro Padre Dios nos llenó de bienes incontables. Junto con la gracia, Dios adornó nuestra alma con las virtudes sobrenaturales y los dones del Espíritu Santo. Los dones del Espíritu Santo van conformando nuestra vida según las maneras y modos propios de un hijo de Dios que se guía ahora por el querer de Dios, y no por nuestros gustos y caprichos.

Hoy le pedimos al Paráclito que doblegue lo que es rígido, particularmente la rigidez de la soberbia, que caliente en nosotros lo que es frío, la tibieza en el trato con Dios; que enderece lo extraviado.

La Iglesia nos invita de muchas maneras a preparar nuestra alma a la acción del Espíritu Santo. El don de inteligencia nos descubre con mayor claridad las riquezas de la fe. El don de ciencia nos lleva a juzgar con rectitud de las cosas creadas y a mantener nuestro corazón en Dios y en lo creado en la medida que nos lleve a Él.

El don de sabiduría nos hace comprender la maravilla insondable de Dios y nos impulsa a buscarle sobre todas las cosas y en medio de nuestro trabajo y nuestras obligaciones. El don de consejo nos señala los caminos de la santidad, el querer de Dios en nuestra vida diaria, nos anima a seguir la solución que más concuerda con la gloria de Dios y el bien de los demás.

El don de piedad nos mueve a tratar a Dios con la confianza con la que un hijo trata a su Padre. El don de fortaleza nos alienta continuamente y nos ayuda a superar las dificultades que sin duda encontramos en nuestro caminar hacia Dios. El temor nos induce a huir de las ocasiones de pecar, a no ceder a la tentación, a evitar todo mal que pueda contristar al Espíritu Santo, a temer radicalmente separarnos de Aquel a quien amamos y constituye nuestra razón de ser y vivir.