LA UNIDAD NACIDA DE LA CARIDAD


Entre los primeros cristianos brilla la actitud nacida de la caridad- que busca siempre la concordia. La unidad de la Iglesia, manifestada desde sus mismos comienzos, es voluntad expresa de Cristo. Él nos habla de un solo pastor, pone de relieve la unidad de un reino que no puede estar dividido de un edificio que tiene un único cimiento...

Esta unidad se fundamentó siempre en la profesión de una sola fe, en la práctica de un solo culto y en la adhesión profunda a la única autoridad jerárquica, constituida por el mismo Jesucristo. Los primeros fieles defendieron esta unidad llegando a afrontar persecuciones y el mismo martirio. La Iglesia ha impulsado constantemente a sus hijos que velen y rueguen por ella, pues todo reino dividido contra sí no permanecerá y toda ciudad o casa dividida contra sí no se mantendrá. Unidad con el Papa, unidad con los obispos, unidad con nuestros hermanos en la fe y con todos los hombres para atraerlos a la fe de Cristo.


A la unidad no se opone la variedad de caracteres, de razas, de lenguas, de modos de ser... Por eso la Iglesia puede ser católica, universal, y ser una y la misma en cualquier tiempo y lugar. Divide lo que separa de Cristo: el pecado, las faltas de caridad que aíslan de los demás y las faltas de obediencia a los pastores que Cristo ha constituido para regir la Iglesia. La unidad está estrechamente ligada a la lucha ascética personal por ser mejores, por estar más unidos a Cristo. La unidad de la Iglesia, cuyo principio vital es el Espíritu Santo, tiene como punto central a la Sagrada Eucaristía, "signo y vínculo de amor".



San Pablo enumera diversas virtudes para mantener el vínculo de la unidad en la Iglesia: humildad, mansedumbre, longanimidad. "El templo del Rey no está arruinado, ni agrietado, ni dividido; el cemento de las piedras vivas es la caridad".

La caridad une, la soberbia separa. La mejor caridad se dirige a fortalecer en la fe a los hermanos. Nosotros fortaleceremos en la fe a quienes flaquean, con el ejemplo, con la palabra y con nuestro trato siempre amable y acogedor: El hermano ayudado por su hermano es como una ciudad amurallada, enseña la Sagrada Escritura.

Pidamos a nuestra Madre Santa María que seamos un solo corazón y una sola alma, "que nos ayude a ser "uno" para convertirnos en instrumentos de unidad entre los cristianos y entre todos los hombres"