LAS INTENCIONES
La intención es recta cuando Cristo es el fin y motivo de todas nuestras acciones: ¡La pureza de intención nos es más que presencia de Dios! Por el contrario, quien busca la aprobación ajena y el aplauso de los demás puede llegar a deformar la propia conciencia: se puede tomar como criterio de actuación "el qué dirán" y no la voluntad de Dios.
La preocupación por la opinión de los demás podría transformarse en miedo al ambiente, y en ocasiones, para no desentonar con él, se comienza con facilidad a no ser del todo coherente con los principios. Se cae en la tentación de inclinarse hacia el lado en que es más fácil recoger sonrisas y cumplidos, o, en el mejor de los casos, del lado de la mediocridad.
Por el contrario, el que busca de verdad a Cristo ha de saber que su conducta será impopular y combatida en muchas ocasiones. Los juicios humanos son a menudo errados y poco fiables. Nuestro juez es el Señor. Y a Él es a quien debemos agradar.
Una mala intención destruye las mejores actuaciones; la obra puede estar bien hecha, incluso ser beneficiosa, pero, por estar corrompida en su fuente, pierde todo su valor a los ojos de Dios. La vanidad o el buscarse a sí mismo puede destruir, a veces totalmente, lo que podría haber sido una obra de santidad.
Sin rectitud de intención equivocamos el camino. En algunas ocasiones el recibir un pequeño elogio es un signo de amistad y puede ayudarnos en el camino del bien. Pero debemos de dirigirlo con sencillez al Señor. Además, una cosa es recibir un elogio, y otra, el buscarlo. Y siempre hemos de estar atentos a las alabanzas.
El Señor señala en diversas ocasiones el pago de las buenas obras hechas sin rectitud de intención: ya recibieron su recompensa, dice a los fariseos que buscaban ser alabados. Esta jaculatoria repetida con frecuencia nos ayudará a vivir el desprendimiento de tantas cosas y a rectificar la rectitud de intención: "Señor, para mí nada quiero. Todo para tu gloria y por Amor".
Para ser personas de intención recta es conveniente examinar los motivos que mueven nuestras acciones. En presencia del Señor podremos descubrir los puntos de cobardía o de vanagloria que puede haber en nuestra conducta. Ninguno de nuestros actos pasa inadvertido ante nuestro Padre Dios, nada le es indiferente. Somos más libres cuando hacemos las cosas solamente por Él. Así no estaremos sujetados al "qué dirán" ni a la gratitud humana, que es siempre frágil. La rectitud de intención nos señala el camino de la libertad interior.