Junto a Maria


La Virgen se da del todo a lo que Dios le pide. Nuestra Señora manifestó una generosidad sin límites a lo largo de toda su existencia aquí en la tierra. La Virgen no piensa en sí misma, sino en los demás. Trabaja en las faenas de la casa con la mayor sencillez y con mucha alegría; también con gran recogimiento interior, porque sabe que el Señor está en Ella.

En María comprobamos que la generosidad es la virtud de las almas grandes, que saben encontrar la mejor retribución en el haber dado: Habéis recibido gratis, dad gratis. La persona generosa sabe dar cariño, comprensión, ayudas materiales... y no exige que la quieran, la comprendan, la ayuden. Da, y se olvida de que ha dado. Ahí está toda su riqueza. Descubre que amar "es esencialmente entregarse a los demás". El dar ensancha el corazón y lo hace más joven.

A la Virgen le suplicamos hoy que nos enseñe a ser generosos, en primer lugar con Dios, y luego con los demás.

Junto a María descubrimos que Dios nos ha hecho para la entrega, y que cada vez que nos "reservamos" para nuestros planes y para nuestras cosas, a espaldas de Él, morimos un poco. Lo "nuestro" se salva precisamente cuando lo entregamos. La generosidad con Dios ha de manifestarse en la generosidad con los demás: lo que hicisteis con uno de éstos, conmigo lo hicisteis.

La generosidad con los demás se manifiesta de diversas maneras: saber olvidar con prontitud los pequeños agravios que se producen en la convivencia; sonreír y hacer la vida más amable a los demás; juzgar con comprensión a los demás; adelantarse en los servicios menos agradables del trabajo; aceptar a los demás como son; un pequeño elogio; un tono positivo a la conversación. Y sobre todo, facilitar el camino a quienes nos rodean para que se acerquen más a Cristo. Es lo mejor que podemos dar.

El Señor recompensa aquí, y luego en el Cielo, nuestras muestras, siempre pobres, de generosidad. Pero siempre colmando la medida. "Es tan agradecido, que un alzar los ojos con acordarnos de Él no deja sin premio". Quien tiene en cuenta hasta la más pequeña de nuestras acciones, ¿cómo podrá olvidar la fidelidad de un día tras otro?

El Señor da el ciento por uno por cada cosa dejada por su amor. Un día oiremos: Ven bendito de mi Padre, al cielo que te tenía prometido (Mateo 25, 34). Oír estas palabras de bienvenida a la eternidad ya habría compensado la generosidad. Se entra en la eternidad de la mano de Jesús y de María.