La lengua
Por amor a Dios y al prójimo, por amor a la justicia, el cristiano debe ser justo en el decir, en un mundo en que tanto se maltrata con las palabras. ¡Cuántas injusticias se pueden cometer al emitir juicios irresponsables sobre el comportamiento de quienes conviven, trabajan o se relacionan con nosotros!
El Apóstol Santiago nos dice que la lengua puede llegar a ser un mundo de iniquidad. La calumnia, la maledicencia, la murmuración... constituyen grandes faltas de justicia con el prójimo, pues el buen nombre es preferible a las grandes riquezas (Proverbios 22), ya que, con su pérdida, el hombre (y las instituciones) queda incapacitado para realizar una buena parte del bien que podía haber hecho.
El origen más frecuente de la difamación es la envidia, que no sufre las buenas cualidades del prójimo o de una institución. Murmuran también los que propagan a través de cualquier medio de comunicación, hechos o dichos calumniosos comentados al oído; o mediante el silencio, cuando se omite la defensa de la persona injuriada. Hoy pensemos si vivimos aquel sabio consejo: "cuando no puedas alabar, cállate".
Debemos pedirle al Señor que nos enseñe a decir lo que conviene, en el momento y en la medida oportunos, a no decir palabras vanas. Nosotros viviremos la caridad y la justicia si, con la ayuda de la gracia, mantenemos la presencia de Dios a lo largo del día, y si evitamos con prontitud los juicios negativos.
El amor a la justicia nos llevará a no formar juicios precipitados sobre personas y acontecimientos, basados en una información superficial, especialmente cuando se trata de noticias sobre la Fe, el Papa, los Obispos o Instituciones de la Iglesia, pues estas noticias generalmente vienen de personas sin fe o sectarias. El amor a la verdad nos llevará a huir del conformismo y a contribuir a la buena información de los demás.
Pidamos mucho al Señor ver siempre y en primer lugar, lo bueno, que es mucho de quienes están con nosotros. Así sabremos disculpar sus errores y ayudarles a superarlos. Vivir la justicia es también respetar la intimidad de las personas, protegerla de curiosidades extrañas, y no exponer en público lo que debe permanecer en el ámbito de la familia o la amistad. Invoquemos con frecuencia a Santa María, Asiento de la Sabiduría, para que Ella nos llene de la Verdad que su Hijo nos ha traído.