Creí, por eso hablé


Alguien dijo una vez: "detesto a los catequistas y predicadores de la fe, porque todos hablan de memoria acerca de Cristo". El cristianismo no necesita propagandistas sino testigos. El hombre moderno harto de discursos se muestra con frecuencia cansado de escuchar. Muchos psicólogos y sociólogos afirman que el hombre ha rebasado la civilización de la palabra ineficaz e inútil en estos tiempos. El aburrimiento o el malestar que provocan hoy tantos discursos vacíos nos debe hacer pensar si rechazar la palabra o no creer lo que dicen.

Los papás piden educación religiosa para los hijos, pero nunca van a la Iglesia. ¿Será que obran sin creer por rutina ancestral? Se ha repetido mucho en nuestros días que este siglo tiene sed de autenticidad, sobre todo a los jóvenes; se afirma que éstos sufren horrores ante lo ficticio, ante la falsedad y que son partidarios de
la verdad y la transparencia.

¿De verdad vivimos lo que creemos? ¿Creemos verdaderamente lo que anunciamos?¿Predicamos verdaderamente lo que vivimos?

Sin andar con rodeos, podemos decir que en cierta medida nos hacemos responsables del Evangelio que proclamamos.

Por eso dice San Pablo: "Creí, por eso Hablé".