La conversión

“Convertir o perecer”. El que no se convierte perecerá.
Convertirse es dar frutos de vida cristiana. ¿Qué son frutos de vida cristiana?
El que no se convierte sufrirá la justicia de Dios.

Algunos se creen dispensados de la conversión, porque se creen ya convertidos. Es necesario desengañarnos: la conversión es un proceso que nunca acaba. Y nadie está más sin convertir que el que cree que no necesita conversión.”El que se cree sin pecado hace embustero a Dios (1Juan 1:8).

Convertirse es superar los propios impulsos ó instintos. El niño es esclavo de los propios impulsos. Hay muchos adultos que son niños grandes, dominados por los instintos. La libertad con frecuencia se encuentra prisionera del apetito, de la pasión, del prejuicio, de la avaricia, del medio ambiente. La libertad puede caer en la cárcel de los malos hábitos. La conversión consiste en cambiar los malos hábitos
por los buenos. Solo un hábito puede dominar al otro.
Dice Jesús: “si no cambien de conducta, caerán bajo la justicia divina”. Hoy algunos a Dios lo quieren tan Dios-amor, que sea cómplice de todas las injusticias y maldades de la humanidad. Dios es amor y porque es amor es justicia. Dios ama a los oprimidos y los defiende, y no puede dejar impune a los opresores. ¿No hay maridos tiranos con sus esposas y con sus hijos? Y ¿no hay esposas egoístas que tiranizan
a los maridos? ¿No hay gobernantes que se enriquecen a cuenta de los pobres? Y ¿el amor no exige que un día se les exige cuenta? El que no se convierte perecerá. ¿Creen que a Dios no le va a importar lo que sucede? ¿O no tiene ojo o corazón?

¿Qué se entiende por conversión? Conversión es purificarse de los propios pecados. Pero ¿es que no tenemos pecados? O ¿hemos perdido totalmente el sentido de pecado? Ese es el peor de los pecados, que ya ni la palabra “pecado” entendemos. Conversión es hacer penitencia. Penitencia es una palabra anacrónica, fuera del gusto de hoy. tal vez ya ni los cartujos hacen penitencia. Yo sé que la hacen. Pero a nosotros nos hacen la impresión de personas fuera de época. Claro que cuando hablamos del pecado, siempre hablamos del pecado de los demás. Nosotros nos creemos inocentes, que todavía no nos han nacido los pecados, como los niños que todavía no les han nacido los dientes. Aunque el anciano tampoco tiene dientes, porque ya los perdió. Algunos no tienen pecados porque son pecado y nada más que pecado. El enfermo que ya perdió la sensibilidad, ha llegado a un grado sumamente grave. ¿Hemos perdido la sensibilidad del pecado? El evangelio da la nueva oportunidad: Dios no se cansa de darnos una nueva oportunidad de cambiar, de comenzar una etapa nueva en la vida.
Lo peor no es caer en el pecado, lo peor es quedarse caído y no aprovechar la nueva oportunidad, como la aprovechó el hijo pródigo, como la aprovechó María Magdalena.
¿Por qué no olvidar el pasado y hacer algo nuevo, diferente? La conversión exige dar fruto: el árbol que sólo chupa la tierra es arrancado y quemado. “El árbol debe dar fruto”. Hay hombres que sólo se ocupan de chupar a la familia, a la sociedad: no comparten, no dan nada. Sólo piensen en crecer ellos. Esos tales son parásito de la
sociedad, son una enfermedad. Para ellos no cabe otro destino que “el perecer”.