La hipocresía

Así presentaba un escritor el mundo que vivimos. "Existe allí la calle de la falsedad, la plaza de la apariencia, la avenida de la simulación, la discoteca "los fariseos", el bar "la falsa moneda", el camino de la mentira, la vereda del engaño.

Mas el Evangelio nos invita a la sinceridad. Nos prohíbe parecernos a los fariseos: muchas palabras y poco testimonio. Aunque en las reuniones sociales hablemos mucho de manos limpias, de honestidad... En nuestro interior, las cosas no caminan tan bien como parece.

Pero hay otra hipocresía peor, porque nos separa de la ayuda de Dios. Es aquélla que se encarga de bautizar los propios pecados con nombres decentes. Al no reconocer nuestras fallas, las envolvemos en papel de fantasía. Esto si es blanquear los sepulcros, que continúan por dentro llenos de podredumbre.

Al orgullo lo nombramos dignidad, al engaño le decimos viveza. A la injusticia la llamamos prudencia. Por otro lado, nadie aceptará haber cometido un adulterio. Solamente ha tenido una aventura. Como si tratáramos de evitar que Dios se entere. Sin embargo, la primera condición para que Él nos perdone, es reconocer que somos pecadores; así el Señor vendrá pronto a ayudarnos.

Por la sinceridad, nuestra vida sería más limpia y más feliz. Cuando nos convirtamos a la sinceridad, caminaremos por nuestras ciudades y nuestros campos cambiando esta tierra que un día aprendió a mentir.

Tendríamos entonces la calle de la Verdad, la avenida de la Autenticidad, el camino de la Amistad, la plaza de la Veracidad, el bar del "Sí y el No"... Y esta ciudad se llamaría... Como tu quisieras.