Creer

Hay hambre en el fondo del corazón, en el fondo de la vida, en el mundo y su historia: ¿Por qué vivimos? ¿Por qué amamos? ¿Por qué morimos? ¿Para qué el mundo, la gente y su trabajo? También hay una pregunta que toca la puerta de muchos y en especial, la puerta de los cristianos: ¿Qué creen los cristianos exactamente? Esa pregunta la dan muchos los no creyentes, quienes no están tranquilos con la vida, porque no ven un sentido para sí mismos, ni a lo que trabajan, ni a quien aman, y ese mismo grito lo dan también los creyentes y con una preocupación parecida. Algunos se preocupan por el don que deben reservar, se sienten perdidos frente a las interpretaciones nuevas y las explicaciones distintas de lo que consideraban la creencia correcta, piden seguridad y preguntan: ¿Qué es lo que contiene la fe y qué tenemos que creer? ¿Cuál es el algo seguro y menos seguro, y el inseguro? Mientras enseñan los otros que la fe no es una colección de creencias, sino una relación personal con Jesucristo. Y preguntan los jóvenes: ¿Cuál es la buena nueva que debemos vivir? ¿La buena nueva que debemos dirigir al hombre de “hoy”? Porque la interpretación de la fe debe estar de una manera relacionada con la cultura de la época. Para hablar del Dios vivo e interpretar nuestra fe cristiana usamos muchas veces un lenguaje muerto, ¿Y el resultado? El hombre del siglo veinte no entiende nada. Tenemos que renovar nuestro lenguaje y expresar la fe en imágenes, pensamientos y lenguas que conviene a nuestros países y nuestras épocas. Éste es el significado de: “vayan al mundo entero y prediquen la buena nueva”. El mundo de ayer como el de hoy, aunque sí fuera una nación analfabeta e increyente, sino hubiéramos conservado el Evangelio, que es para todo el mundo, para algunos que tienen suerte, y así estaremos siguiendo el paso del pecado de Israel. Dice el padre Karl Rehner: “que se esfuercen los predicadores del Evangelio a declarar la fe de manera que la entienda el hombre de “hoy” y que pongan ante sus ojos no a los piadosos sino a los que están en dudas increyentes, los ateos que lo son de verdad y los que creen que lo son. Lo que debemos predicar es la intención del cristianismo. “Dios-Jesucristo” o sea, personas. La fe no es una colección de creencias y de confirmaciones, “es un encuentro con una persona, es entrar en un misterio”, y la puerta de ese misterio no está cerrada sino abierta y descubre cosas muy importantes de manera que el hombre no termina nunca de entenderlas.
Se puede hacer un estudio científico sobre una persona y también podemos hacer un encuentro personal. La primera, nos da muchas informaciones y la segunda nos hace conocerla, amarla. Pero para Dios, la primera es algo del catecismo cristiano y la segunda, es descubrir un amor para la vida, la muerte y la eternidad. Eso significa que poner una lista de lo que contiene la fe es nulo si nuestro esfuerzo en la fe no es primero un encuentro con una persona, que aparece en nuestra vida, en nuestra historia, en nuestro experimento humano; una persona capaz de responder al increyente en su preocupación diaria. El Dios de los filósofos y los científicos es un Dios teórico, lejos de la historia del hombre, fuera del experimento humano. Ese Dios no puede ser el Dios verdadero o por lo menos no nos interesa.
En cada religión hay un estudio religioso como lo tiene el cristianismo. Se puede reunir información sobre el Dios del cristianismo, los musulmanes y otros, pero la fe es mucho más que un estudio, es “vida”, es también una creencia, pero “creencia de vida”. Sin duda, es un estudio, pero no es una colección de información, sino un conocimiento de una persona viva. “El amor no nace ni crece a través de reunir informaciones sobre una persona, sino de conocerla a fondo”. Entonces, para enseñar a los pequeños y predicar a los grandes es importante conocer a Dios: escuchar su palabra, sentir su presencia, la adoración, la glorificación, la oración. “Amarle para conocerle más y conocerle para amarle más”.
CREER EN DIOS: toda la gente es creyente y no creyente, y el dicho: yo no creo sino lo que veo, es un dicho errado que se contradice a sí mismo. Yo creo que el agua es caliente, etc. Esas cosas exigen sólo a mis sentidos, pues yo no creo en ella si no lo veo. Y si vamos un poco más allá de esto, el creyente y el no creyente no dejan de apostar por sus libertades y sus vidas a mucho más de lo que ven, “y es imposible que viva el hombre sin esa fe”. Los ermitaños aseguran que han encontrado a Dios, mientras los ateos regresan a sus experimentos para quitar la existencia de Dios. “Dios existe, lo hemos encontrado...Dios no existe, no lo hemos encontrado todavía. Y así, el no creyente cree más de lo que cree y el creyente cree menos de lo que cree, porque para seguir creyendo debe vencer las dudas y el ateísmo que despierta siempre en su interior. Y Dios habla siempre con fuerza de manera que no deja al ateo dormido. Y habla suave de manera que no obliga al creyente a creer, pues “Dios es amor”. Al final, regresa el creyente y el no creyente a algo de experimento: 1) hay el experimento del “SÍ” mismo y de una manera íntima, “yo existo, yo vivo”. Ese es un sentimiento directo muy difícil, compartir los demás con él, y puede hacernos abrir a los demás y a Dios; es un campo interno personal y exclusivo y no cae en la mano de la ciencia, es para cada hombre el campo de la aseguración primera. 2)todos hemos experimentado las cosas y los acontecimientos, y ese comienza cuando el hombre es un niño, al descubrir con las manos, la boca y los ojos, y después llega a la cumbre con el experimento científico, que es el experimento total para las cosas.3) hay también el experimento de los demás, “experimento de las personas”: encuentro, conocimiento, citas, presencia amorosa. Ese lo entendemos a través de señales, pero no son pruebas, quedamos ante ello libres. “Ese es el campo de la fe religiosa o humana”. Creemos y eso puede ser seguro montado sobre un experimento personal, o de lo que escuchamos de personas que merecen la confianza. Así nace la historia grande y nuestra historia pequeña, que no es menos segura que la ciencia, sino a otro nivel es más importante que la ciencia para el creyente y el no creyente. Así nacen y viven las familias en el mundo de los creyentes o no creyentes, “en el intercambio de la confianza, pues no hay explicación para el amor”.
La ciencia puede saber el peso de una carta de amor, estudiar su papel y su tinta, pero queda corta por no llegar al nivel personal, ese único nivel que da a la carta su importancia, el nivel del “amor, libertad y fe”. La ciencia no puede aclarar los sentimientos y decisiones que lleva esa carta. Entonces, llegamos al nivel de la fe donde apuesta el creyente y el no creyente por sus vidas. Y si todo el mundo vive en el amor humano o lo buscan, es porque todos de una manera clara o no, sus corazones y sus mentes, les dicen que ellos no están solos y que no pueden soportar solos el dolor y la muerte y en especial, ese mal profundo que todos se quejan de él y que los cristianos lo nombran “el pecado”. Ahí está el experimento de Dios aunque negativo: “presencia de Dios, nos damos cuenta o no”. Y si Dios entre muchas presiones y desfiguraciones es el objetivo del anhelo humano, eso significa: “que ha aparecido”. Dice Pascal por la lengua de Dios: “si no me hubiera encontrado, no me hubiera buscado”. Y en efecto el hombre tiene sed de Dios porque Dios está presente en el hombre. Y el hombre que niega a Dios es porque está apostando a una persona más grande que Él, a una persona que la flojera de los cristianos le prohibe conocerlo pero es Dios mismo. Mientras los cristianos dicen que esa persona ha aparecido y sigue desde el principio descubriéndose a sí mismo y esa es “la revelación”, que es la palabra de Dios para el hombre, para presentársele a sí mismo. Y porque Dios es una persona y cada persona es un misterio, tiene su gusto, amor, etc. No podemos conocerlo si Él no se descubre a sí mismo, pero “Dios es amor”. Entrega su secreto a su amado y le hace conocerle. Dios se descubre a sí mismo en la creación, en el mundo de los seres visibles. Resulta de ésto que muchos tienen una fe novata, fe de quien cree que Dios existe y merece toda adoración. Entonces, lo importante no es creer en la existencia de Dios sino creer en un Dios que habla y se revela a sí mismo, y su boca habla al corazón del hombre y si se abre el corazón a ese amor, ahí está la fe. “El hombre en la cumbre de su ciencia reconoce a Dios”.
Enseña el Concilio Vaticano I: el hombre puede a través de la mente conocer a Dios, pero eso exige que el ambiente no sea envenenado y que no den los creyentes ni la iglesia una imagen rechazada de Dios. En la realidad, la lógica humana no llegó a tener una prueba segura de la existencia de Dios, y no se puede hablar de pruebas sino de caminos hacia Dios, de tocarlo a través de la mente y eso es una dulzura por parte de Dios que no quiere exigirse a sí mismo como 2+2= 4. Dios nadie lo vió, nadie captó de Él radiaciones. ¿Significa que no existe? ¡No! Porque Dios existe no puede ser sino invisible: 1) porque es un Espíritu 2) porque es amor y el amor no quiere romper las puertas. Si Dios respeta al hombre, debe pedir de él una pertenencia libre, no debe obligarlo a creer. El Dios verdadero no puede ser sino invisible, no como un planeta lejano sino como mi mente, mi amor, que son invisibles y sin embargo los siento. “La fe en Dios no es algo mental sino es una cuestión de vida”. Dios no es una cosa que trabajamos para descubrirla, sino es una persona que nos llama a unirnos a Él. No es una verdad que se entiende, sino Él es la vida, Él es el vivo. Él no se descubre a sí mismo, sino para la profundidad de la vida misma, la vida de las personas a través de una búsqueda que no termina nunca.
Si una persona simple es un mar de secretos, entonces, ¿Como es que Dios no sea el misterio de los misterios? Tenemos que respetarlo, de manera que no decimos que lo entendemos como entendemos un periódico o una novela. Cada vez que intentamos juzgarlo: ¿Por qué hizo tal cosa, etc? Cometemos el pecado de los paganos, porque bajamos a Dios a nuestro nivel y deja de ser el Dios verdadero, un Dios hecho de nuestra mano. Y Él nos había advertido cuando nos dijo: mis leyes son diferentes a las suyas. Nosotros los cristianos si creemos. Eso significa que Dios habló en la historia para el hombre, para decirle que Él está ahí, para revelarle su nombre, su amor, su proyecto, y ese es el más importante acontecimiento en la historia. “Dios se hizo hombre y habló en la humanidad de Cristo visible, murió, resucitó, y Él está vivo para siempre. “Esa es la fuente del cristianismo” y quien quiera conocer a Dios, abre el Evangelio y lo lee más de una vez. Y porque en la entrada de Dios, el más importante y único en la historia es Jesucristo, entonces Jesús al final es la única persona que puede hacernos conocer al Dios verdadero. Ese Dios que descubre Jesús para nosotros es el que creemos en Él y de Él debemos predicar al mundo entero. Amen.