La Iglesia nos invita de muchas maneras a preparar nuestra alma a la
acción del Espíritu Santo.
El don de inteligencia nos descubre con mayor claridad las riquezas de la fe.
El don de ciencia nos lleva a juzgar con rectitud de las cosas creadas
y a mantener nuestro corazón en Dios y en lo creado en la medida que
nos lleve a Él.
El don de sabiduría nos hace comprender la maravilla insondable de
Dios y nos impulsa a buscarle sobre todas las cosas y en medio de
nuestro trabajo y nuestras obligaciones.
El don de consejo nos señala los caminos de la santidad, el querer de Dios en nuestra vida diaria, nos anima a seguir la solución que más concuerda con la gloria de Dios y el bien de los demás.
El don de piedad nos mueve a tratar a Dios con la confianza con la que un hijo trata a su Padre.
El don de fortaleza nos alienta continuamente y nos ayuda a superar las dificultades que sin duda encontramos en nuestro caminar hacia Dios.
El temor nos induce a huir de las ocasiones de pecar, a no ceder a la tentación, a evitar todo mal, a temer radicalmente separarnos de Aquel a quien amamos y constituye nuestra razón de ser y vivir.